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diciembre de 2006.
Sólo dos semanas antes de que nos dijera adiós hablé con ella telefónicamente. Me dijo que había pasado lo peor, incluso se permitió bromear sobre las secuelas físicas que estaba dejando en su aspecto físico la enfermedad innombrable. Me dijo que su salud era delicada pero que en ella se estaba obrando el milagro, "los médicos hablan de resultados sorprendentes, casi milagrosos" y que tal como nos prometió antes de partir a Houston "esta batalla también pensaba ganarla". La vi tan esperanzada, tan fuerte, tan corajuda, tan como siempre, que la propuse que comiéramos juntas en el restaurante Blanca de Navarra, en la madrileña avenida de Brasil donde solíamos citarnos de vez en cuando un grupo de amigas -mujeres periodistas- para cambiar impresiones sobre la situación política. No concretamos el día pero si la fecha aproximada, justo la semana que viene, aprovechando que ella se encontraba en Madrid para celebrar con su familia las navidades. "Brindaremos con un buen vino por ese milagro", le dije en la despedida y ella bromeó, como siempre, sobre mi escaso paladar por los caldos más refinados. "Sí, Esthercita, pero lo elijo yo porque con ese raro placer que sientes por los vinos blancos amariconados nos aguarás la fiesta".
Recibí la noticia de la muerte de Loyola participando en una tertulia nocturna de radio y reaccioné con la incredulidad de quien se niega a aceptar una mala noticia y huye de ella como de un mal sueño. Se agolparon los recuerdos inconexos de cómo llegamos a hacernos amigas a través del periodismo y la política, las pasiones que ambas compartíamos. Primero fueron las entrevistas, siempre apresuradas, pero intensas y polémicas, siempre abordando la más rabiosa actualidad y concluyendo con su queja sobre mi obsesión por obtener certeros titulares y su insistencia en el valor de la pedagogía política. Después vinieron las confidencias, las charlas en el Parlamento, bien analizando ese reglamento y esas complicadas leyes -que ella sabia de memoria y al dedillo y yo me sentía incapaz de interpretar-, bien hablando de su tierra y la mía, de la casona familiar de Markina y mi refugio de Toledo, que afortunadamente pudo conocer. Fueron muchas las campañas electorales, las tomas de posesión, las celebraciones por sus logros políticos que iban conformando su currículo de infarto, los lamentos por los fracasos electorales que ella solía afrontar con un sentido crítico mientras otros trataban de endulzar sus responsabilidad.
Su pasión por la cosa pública, su sentido de la lealtad, su valentía, su convicción democrática y europeista inquebrantable, su altura de miras por encima de las pequeñas miserias partidistas eran tales y las defendía con tal firmeza y pasión que yo solía tomarla el pelo afirmando que le venía como anillo al dedo ese apelativo de "Monja Alférez" con el que sus adversarios la habían bautizado para agredirla y que ella había convertido en un chascarrillo de denuncia contra el machismo agazapado y vergonzante que sigue existiendo en nuestro país.
Loyola ha sido una mujer de rompe y rasga de esas que no tenía pelos en la lengua, que decía verdades como puños fuera quien fuera su interlocutor y por duras que fueran las circunstancias. Era firme en sus planteamientos pero tolerante y respetuosa con sus contrincantes en la arena política, era sincera, clara y directa, perfectamente consciente de la sutil pero importantísima línea que separa el halago fácil y la adulación de la franqueza y la sumisión de la lealtad. Loyola podría ser perfectamente el prototipo de una generación de mujeres que ha ido rompiendo moldes a golpe de fortaleza, trabajo incansable, voluntad y una buena dosis de incomprensión. No fue madre, pero ejerció la maternidad con sus seis hermanos, cuando la suya murió. Ha sido una política con letras mayúsculas pero su verdadero cum laude lo tenía como persona. Para mí fue la excepción de la regla una de las escasísimas políticas a la que siempre consideré amiga.
Descansa en paz querida Loyola.
Ojala que desde donde estés quienes seguimos en este lado merezcamos tu respeto.