05 diciembre 2006

Un artículo de Don Joaquín Domínguez


Don Camilo y los olivos


"Hace unos años, cuando se discutía la Organización Común de Mercado del aceite de oliva, la entonces ministra Loyola de Palacio invitó a sus colegas de la Unión Europea y al propio Comisario Fischler a visitar las zonas olivareras españolas con objeto de que conocieran de primera mano la importancia que la reforma tenía para España. Estaba en juego el porvenir de miles de familias y la supervivencia económica y social de muchas comarcas españolas, además del desastre medioambiental que el abandono del cultivo del olivar podría suponer. Es obvio decir que casi todos ellos, a excepción de los ministros de los países mediterráneos, desconocían por completo lo que la cultura del olivo supone para nosotros.

Tuve la suerte, formando parte del equipo de la ministra, de participar en todos los viajes que se organizaron y compartí muchas horas con nuestros ilustres visitantes. Fueron jornadas agotadoras, de visitas a olivares y a almazaras, de reuniones con organizaciones agrarias y cooperativas, con industriales, envasadores y exportadores, y de elaboración de documentos en defensa de la postura oficial española que era apoyada unánimemente por el sector, que en todo momento actuó con gran profesionalidad. Pero en el autobús que nos llevaba, en los desayunos molineros o en los almuerzos, había tiempo para distenderse y hablar de otras facetas relacionadas con los olivos y el aceite.

La mayor parte de los invitados era la primera vez que pisaban un olivar. Alguno incluso provocó nuestra sonrisa cuando intentaba probar las aceitunas que cogía directamente del árbol. Quizás el tema más reiterativo en nuestros momentos de descanso giraba alrededor del color de los olivares, muy difícil de definir sin incluir la palabra olivo en la definición. Había opiniones para todos los gustos pues el olivar cambia de color, lo mismo que el aceite, según la luz que lo ilumina.

Y aquí aparece don Camilo cuya opinión, en relación con los olivos, coincidía con el de Rosalía Castro. Ambos calificaron de oscuros a los frondosos ejemplares que ponen contrapunto vegetal a la espléndida Santa María la Mayor de Iria Flavia y que ahora protegen con su sombra el descanso del ilustre escritor.

Dice Rosalía: ...
”Moito te quixen en tempo,
Simiterio encantador,
Cos teus olivos escuros,
Mais vellos que os meus abós...”

Exactamente lo mismo que don Camilo que en un artículo publicado en Faro de Vigo hace casi cincuenta años, utilizando indistintamente el gallego y el castellano con la maestría que le caracterizaba, escribía... “Pero aquel tiempo de bonanza pasó –aquelas noites serenas, ¿por qué non son?- y hoy, bajo los oscuros olivos de Adina, duermen sus nombres ingleses e italianos los hombres y las mujeres, mis abuelos, que me cuidaron –eu tiña o tremelicente ar do vagalume- como a un joven príncipe con los ojos demasiado prestos a servir de ventana al meigallo”.

Parece como si estas líneas hubieran sido escritas hace unos días, para manifestar sus últimos deseos, y no a mediados del siglo pasado. Cuando en su día las leí, yo estaba en desacuerdo con los dos ilustres hijos de Padrón. Compartía, en cambio, la opinión de Manuel Machado, “plateado Jaén” o la de García Lorca “Córdoba, olivares verdes”. Sin embargo ahora mi percepción es diferente y, como diría José Antonio Muñoz Rojas al hablar del verdor ceniciento o plata de los olivos según el viento, “cómo se parecen en su seriedad, en su gran monotonía, al mar”. Es verdad. Un mar de olivos puede parecerse al mar del finisterrae celiano, cuyo color, en un día gris de invierno, no tiene nada que ver con el que presenta en un luminoso día de verano. Y también cambia el color de los olivos, y el del mar, según el estado de ánimo del que los contempla. Por eso hoy no tengo más remedio que cambiar de opinión y compartir la percepción que de los árboles del precioso cementerio de Iria Flavia tenían los dos escritores gallegos más universales.

Se me olvidaba. En la reforma del OCM del aceite, España obtuvo unos resultados muy superiores a los que los más optimistas pudiéramos prever. El buen hacer de la ministra, con el apoyo unánime del sector, consiguió en la alta madrugada comunitaria, después de una maratoniana negociación, lo que nadie esperaba. Y es que, como decía don Camilo, el que resiste, gana".
Joaquín Domínguez Pereira.

Publicado en “Faro de Vigo” el 22 de enero de 2002.-
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No olvides, querida Loyola, que España te quiere...