Loyola de Palacio fue una mujer que no necesitó de ninguna ley de paridad para llegar donde llegó. Su valía profesional y gran carisma personal fueron los únicos garantes del éxito que acompañó su trayectoria política, sin necesitar ser incluida en una lista electoral para cubrir una cuota por el sólo hecho de ser mujer.
Nuestros compañeros de la revista Época Navarra le dedican la última editorial del año a Loyola de Palacio que nosotros le reproducimos.
No fueron las cuotas, sino su incansable dedicación, la que le hicieron merecedoras a la edad de 22 años del título de licenciada en Derecho y Doctora honoris causa en Economía Marítima y Transportes por la Universidad de Génova. No fueron las cuotas, sino la defensa a ultranza de sus fuertes convicciones, la que le convirtió con 27 años en la primera Secretaria General de las Nuevas Generaciones de Alianza Popular.
No fueron las cuotas, sino el cariño de los ciudadanos que confiaban en su capacitación y empeño, quienes la convirtieron en Senadora y Diputada desde 1986 hasta 1996.
No fueron las cuotas de paridad en el gobierno, sino una cabeza privilegiada y jornadas interminables de trabajo por el proyecto popular, lo que le convirtió en Ministra de Agricultura en el primer
ejecutivo popular, donde desempeñó una espléndida labor a juzgar por simpatizantes y contrarios.No fueron las cuotas sino su haber profesional el que le llevó, previa aceptación abrumadora de los ciudadanos, a entrar en el parlamento europeo donde fue la primera mujer en ocupar un cargo de
relevancia (Vicepresidenta de la Comisión).Y no fueron las cuotas sino su valentía en defensa de la democracia y la libertad las que le hicieron ocupar un lugar preferente en el listado de objetivos etarras, a quienes atacaba con la furia y la rabia de quien se siente orgullosa de ser vasca y española
y no está dispuesta a que un grupo de salvajes destruya su propio país con el único argumento del terror.Todo ello y mucho más lo hizo una mujer, Loyola de Palacio, sin necesitar de cuota alguna. Ella no ocupó nunca un sillón que no pudiera ser ocupado por un hombre, a nadie se le ocurrió decir nunca
que ella estaba allí por ser mujer y ese mérito, esa satisfacción, ese orgullo acompañó a Loyola a lo largo de su vida demasiado corta.
Loyola de Palacio es un ejemplo de cómo debe y puede imperar la cultura del esfuerzo, del trabajo, de la constancia, de la entrega y del valor por encima de la imposición y la cuota.
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