06 agosto 2008
Loyola de Palacio, cuando una amiga se va...
por Rosa Villacastín:
14/12/06
Hoy pensaba escribir de las Navidades, de lo difícil que es mantener el tipo después de haber asistido a no se cuentas fiestas, cócteles y presentaciones de todo tipo, y de que algo habría que hacer para evitar este derroche tan absurdo de comida y bebida cuando hay tanta gente que no tiene un trozo de pan que llevarse a la boca.
Había elegido este tema porque me parecía oportuno, pero todo cambió anoche, cuando al llegar a mi casa, escuché en la Cadena Ser que Loyola de Palacios había muerto, a consecuencia de un cáncer cruel. No por esperada la noticia, me causó menos dolor. De hecho en el avión que me traía de Barcelona estuve hablando con Paloma Gómez Borrero, gran amiga suya, de lo preocupadas que estábamos porque aunque sabíamos que había colaborado muy activamente en el homenaje que se le dio a Fraga hace unos días, también sabíamos que su enfermedad avanzaba irremediablemente, sin que ella ni los médicos, pudieran hacer nada por retrasar un final que, no suponíamos tan cercano.
Conocí a Loyola cuando irrumpió el partido liderado por Fraga en el panorama nacional. Llegó de la mano de Fernández de la Mora, hasta que muy pronto empezó a destacar por sus firmes ideas, por su vitalidad y por su alegría. Congeniamos enseguida porque era difícil no hacerlo con alguien que no tenía dobleces, que decía las cosas tal como las pensaba.
Fue en esa época cuando me presentó a Ana y a Urquiola, sus hermanas, de las que siempre se sintió muy orgullosa y un poco madre. De ellas y de todas aquellas personas que le rodeaban porque aunque Loyola no tuvo hijos, sí tuvo un sentido maternal muy desarrollado. Durante muchos años seguí sus pasos personales y profesionales, sus éxitos políticos -por merecimientos propios y no porque medrara alrededor de los mandamás de su partido-, su tenacidad para hacer frente a la adversidad.
Trabajadora incansable no era difícil imaginar por aquel entonces que si un día el PP llegaba al poder, ella ocuparía un destacadísimo lugar en el primer gobierno de Aznar, como así fue. No creo que Loyola pidiera la cartera de Agricultura, ni más tarde la de Comisaría Europea, se las ofrecieron y ella las aceptó porque ese era su deber y porque siempre estaba dispuesta a cumplir con aquellos deberes que los lideres de su partido le encomendaban.
Quiénes no la conocían y tuvieron oportunidad de hacerlo en Madrid o en Bruselas, siempre decían lo mismo: qué mujer tan estupenda, que gran política.
El momento más duro de su vida fue sin duda cuando a Ana, su hermana, le diagnosticaron un cáncer. Sufrió mucho pero nunca dejó entrever su dolor. Y el más dulce, el nacimiento del hijo de su hermana Urquiola, un precioso niño, al que le hubiera gustado ver crecer y abrirle los ojos al mundo. No ha podido ser, y Loyola se ha ido sin hacer ruido, discretamente como le gustaba vivir, lo que no impide que hoy muchos amigos hayan tenido que contener las lágrimas al enterarse que se ha ido y no han podido despedirse de ella.
Hoy volverá a su tierra vasca, donde están sus raíces, donde está la casa familiar, y donde estoy segura encontrara el descanso que no tuvo en los últimos meses de vida, y sobre todo la paz. Esa palabra, que en ese lugar, adquiere un sonido y un significado diferente.
publicado en Diario Directo