21 agosto 2008

LOYOLA DE PALACIO Por Jaime CAMPMANY


13-11-2003

LOYOLA de Palacio, fuerte vasca. Eso le llamaba el poeta a don Miguel de Unamuno: fuerte vasco. Porque don Miguel de Unamuno era un bilbaíno recriado en Salamanca, acunado en el aula de Fray Luis, curtido en el corralón de muertos de Castilla y pasado por los diálogos de Platón y por los versos de Homero. Los nacionalistas no lo quieren, y lo dejan fuera de las antologías oficiales de escritores vascos. También dejan fuera a don Pío Baroja, que nació en San Sebastián y se murió con la chapela puesta. No sé yo a quién pondrán en la antología, a algún chirrichote. A lo mejor, ponen a Anasagasti.

Me parece que Loyola de Palacio es madrileña de nación, pero sus raíces se hunden en tierra de Urrijate, entrañas de Marquina, Vasconia pura, que todo es España, y Loyola es por tanto una vasca por los cuatro costados, ignaciana desde el nombre, peregrina por Castilla y laboriosa de Europa, heñidora de esa Europa cada vez más grande, sin las grescas de siempre, cada día con más hermanas de Urrijate, con más hermanas de Vasconia, con más hermanas de España, todas en paz.

He leído que a Loyola de Palacio quieren traerla de Europa y enviarla al País Vasco a vérselas con las antiguallas nacionalistas que andan a golpes y a tiros con la Historia. O sea, con todos esos del Plan Ibarreche, del Estado libre asociado, de la autodeterminación y de las razones de los etarras. No es la primera vez que oigo hablar de esa idea, qué idea. Incluso creo que alguna vez he hablado de esa posibilidad con la propia Loyola. Y ante esa posibilidad, que a cualquiera tendría que estremecer, ella repetía una y otra vez: «Es mi tierra».

Quieren sacar de Europa a Loyola para mandarla a este País Vasco de hoy, enfermo de aldeanismo, molido por el terror de tantos años, que entierra sus mil muertos por la violencia y ofrece laureles a los asesinos, y que ve cómo crece cada día el éxodo de los amenazados. Es como sacarla del siglo XXI y asomarla de nuevo a la Reconquista. Es como arrancarla de la lectura de Unamuno y de Baroja para obligarla a leer las bobadas del pobre Sabino Arana. Allí fue Jaime Mayor Oreja, fuerte vasco también, a seguir una larga lucha contra el poder de unos y la cobardía de otros, esa dura lucha que no podemos abandonar porque nos jugamos el desgarro de España.

A lo mejor, lo que necesita el País Vasco es un matriarcado que les quite a los hombres las bombas y las pistolas de las manos, y les borre de las cabezas las odiosas ideas de tribu y caverna que enloquecen a algunos. A lo mejor son las santas mujeres las que pueden llevar a los vascos a la solidaridad con todos los hombres, a la iglesia de todos para rezar las oraciones de todos y a resolver los pleitos con la palabra y no con la pólvora. Y sobre todo, que les devuelva la alegría a los tristes que se sumergen en la queja constante, el dolor diario, el luto que no cesa. Porque esos que mandan ahora en Vasconia están siempre de mal humor, con malas caras, con agrias palabras, con gestos destemplados. Están siempre fabricando irrazonablemente su propia infelicidad. Y la nuestra.