por: MERCEDES DE LA MERCED
Secretaria General de la UCCI(Unión de Ciudades Capitales Iberoamericanas)
Loyola de Palacio ha muerto. Me pareció sentir, al enterarme, que alguien me había propinado un violento bofetón. El conocimiento del mal que la aquejaba no mitigó un ápice la impresión que me causó la noticia, ni el dolor, y mucho menos la tristeza. La desaparición de una persona cercana y querida parece ralentizar la velocidad con la que vivimos. Nos hace detenernos y mirar a nuestro alrededor con un extrañamiento que nos aproxima a lo esencial y nos aleja del ruido. Los sinceros y encendidos elogios que políticos y personalidades públicas de todas las tendencias han hecho de Loyola de Palacio no sólo nos han reconfortado a todos. También nos han permitido vislumbrar lo que tan a menudo olvidamos: que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa.
Loyola inició su carrera cuando pocas mujeres nos afiliábamos a los partidos políticos y fue elegida presidenta de Nuevas Generaciones. Yo militaba entonces en la UCD y la recuerdo exigiendo enérgicamente programas de igualdad, ayudas para los desfavorecidos y una educación de calidad. Al mirar hacia la fecunda actividad e intensa vida de Loyola nos ha quedado patente la radical dignidad de la política, esa palabra tantas veces cargada de negatividad, tan asociada en el imaginario colectivo a componendas espúreas, a tráfico de intereses inconfesables y a pactos poco transparentes. Su muerte al mostrar su ejemplaridad en el servicio público, ha limpiado el ejercicio de la política, lo ha enaltecido, lo ha cubierto con sus galas más nobles, las que ella misma vistió como política y como persona: la honestidad, el valor de luchar por el bien común, la honradez, la defensa con argumentos de sus principios, la tenacidad, el entusiasmo y el esfuerzo como motores del cambio para alcanzar una sociedad más libre, más justa, más consciente al fin de la importancia de los valores compartidos.
Era una mujer tremendamente valiente. El libro “Ellas son así. Retrato íntimo de las mujeres del poder”, escrito por Pilar Ferrer y Luisa de Palma, y en el que se dedica un capítulo a Loyola, recoge una anécdota que la retrata a la perfección. Le apasionaba el mar y era gran aficionada a la pesca submarina. En una ocasión, en las aguas de Punta Saturrarán, entre Ondarroa y Motrico, sufrió un percance practicando su deporte favorito. El arpón se quedó enganchado en la cueva submarina, y ella con él. Conservó la sangre fría y pudo desatar el nudo que la arrastraba a una muerte segura. Logró salir a la superficie y en cuanto se recuperó del susto volvió a sumergirse. “Comprendí que si no lo hacía entonces, si no lo intentaba de nuevo, nunca volvería a hacerlo”, contaba ella misma.
Es el mismo arrojo y la misma calma que ha mantenido hasta el final. En su muerte, todos los que desde una posición u otra estamos en la vida pública, hemos hecho un alto en el camino, hemos roto los automatismos cotidianos, nos hemos mirado y hemos renovado un conocimiento esencial. Esto es, que son los propios valores personales los que dignifican y dan valor a la actividad política. Quienes ejercemos esta labor en democracia estamos obligados a realizar un esfuerzo por compaginar el respeto –tan necesario, imprescindible– a los que piensan distinto con la confianza y el entusiasmo en la defensa de las propias posiciones. Loyola de Palacio fue una persona arrebatada, luchadora y llena de energía, que humanizó la política porque no se olvidó nunca de respetar al prójimo y de respetarse a sí misma.
El capítulo dedicado a ella en el libro de Ferrer y Palma concluye con unas palabras que al releerlas ahora me llenan de emoción y constituyen un poético homenaje. “Sí, el mar de nuevo. Un mar que Loyola de Palacio siempre tiene en sus sueños, aunque las aguas en las que bucea a diario sean más turbias que las de cualquier océano en plena tormenta. Pero ya hace mucho tiempo que aprendió a navegar...”.
enlace a fuente original CD
El capítulo dedicado a ella en el libro de Ferrer y Palma concluye con unas palabras que al releerlas ahora me llenan de emoción y constituyen un poético homenaje. “Sí, el mar de nuevo. Un mar que Loyola de Palacio siempre tiene en sus sueños, aunque las aguas en las que bucea a diario sean más turbias que las de cualquier océano en plena tormenta. Pero ya hace mucho tiempo que aprendió a navegar...”.
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