Siguen publicándose artículos sobre Loyola de Palacio. Traemos en primer lugar el editorial de ABC
En tiempos propicios al pensamiento «débil»,
Carlos Herrera escribe
En esta Europa de luces desorientadas ella era capaz de volverse la llama repentina a la que acogerse en los días de frío conceptual:
resolutiva, directa, pertinaz e impenitente, De Palacio despreciaba el tiempo muerto tal y como ahora la muerte, el fin de todos los milagros, no ha querido despreciarla a ella. Una mujer que supo resolverle al sector aceitero español las consecuencias de las embestidas de un becerro austriaco es una mujer que no puede ser olvidada con el trámite simple de un lamento.
Ignacio Camacho: Loyola, la indomable
Le gustaba la política real, la que sirve para cambiar las cosas más allá de las intrigas de pasillo y las conspiraciones de salón, y se aplicaba a los proyectos con un denuedo implacable y un entusiasmo sin matices ni fisuras. Quizá por eso no perdía tiempo en maquillarse; era de esas mujeres que confían para iluminarse la cara en la fuerza interior que emana del espíritu y se proyecta en la lealtad abierta de una sonrisa.
Lucía Méndez también la recuerda en El Mundo.
Sin permitir que nadie le tuviera compasión, convencida hasta el último suspiro de que aún le quedaba mucha guerra que dar en los próximos años.
Loyola de Palacio vivió y murió como lo que fue: una mujer valiente e intrépida. De haber nacido en otra época, Loyola habría sido aventurera o exploradora. A pesar de que llevaba la enfermedad en los genes, ella nunca se dio por aludida. Sufrió y temió por su hermana hasta que Ana venció al cáncer, pero por ella misma nunca tuvo miedo