23 julio 2007

A Loyola de Palacio por Jaime Lamo de Espinosa


Cuando hace unas noches, después de cenar, recibí un SMS que escuetamente decía “Loyola falleció”, nada más, comprendí que todo había acabado. La vida de mi buena amiga Loyola, tras una lucha infernal y galopante, había llegado a su final. Y con ella se iban ilusiones, sueños compartidos, muchas horas de conversación sobre agricultura y miles de cosas humanas y divinas.

Loyola fue una mujer excepcional. Luchadora, inteligente, tenaz, seductora, amable, inquisitiva, de gran memoria, en nada rencorosa, agradecida, simpática, vital, agradable, educada, creyente religiosa, de convicciones políticas inquebrantables, amiga de sus amigos, leal, vasca de raíces y de voluntades… ¿Qué más podría decir?

En sus años al frente de Agricultura hablamos mucho. Coincidíamos en casi todo y cuando discrepamos, en alguna ocasión, me decía: ‘‘Por favor, si no estás conforme conmigo no lo manifiestes, ayúdame’’. Y yo así lo hice siempre. Fue una excepcional ministra. Resolvió el grave problema del olivar en una lucha titánica con Bruselas. Como ella acostumbraba a decir: ‘‘Las únicas batallas que se pierden son las que no se dan’’. Ella las dio todas. Tras la anterior tuvo que pelear y duro con la Agenda 2000, donde ganaron todas sus propuestas. Luego vino Bruselas, europarlamentaria, comisaria, vicepresidenta… todo. Y siempre con éxito y marcando la impronta de su presencia y de su colosal manera de hacer las cosas.
Y de pronto, el cáncer. Fue un golpe inesperado para ella y abrumador para todos sus amigos. Luego, inmediatamente, Houston. El 25 de septiembre le puse un mail al que me respondió desde allí al día siguiente: “Aquí me tienes, en plena batalla”, y luego “espero que cuando vuelva a Madrid podamos bebernos uno de esos vinos de Requena que milagrosamente produces”. Ella sabía de mi pasión por Requena, y como buena vasca –no lo era de nacimiento pero sí de familia y de corazón– le gustaba el chiquiteo con buena conversación alrededor de un buen tinto. Y le gustaba el de Requena, que yo le mandaba en ocasiones.

Luego en octubre, el 27, me llegó otro mensaje suyo lleno de esperanzas. “La verdad es que estoy animada y con un poco de suerte, si Dios quiere, podé disfrutar de una prórroga en el partido de la vida”. Otra vez su profunda creencia en Dios y su descripción competitiva de la vida.

Con
la vida ha estado compitiendo siempre, ganando todos los partidos, hasta que ha perdido este último. Y con ella hemos perdido todos a una gran amiga y a una política de talla ética y personal excepcional.



http://www.lasprovincias.es/valencia/prensa/20061220/opinion/loyola-palacio_20061220.html