Como decía al empezar y de acuerdo a lo que hemos escuchado en la primera lectura del libro de los Macabeos “es una costumbre piadosa y santa rezar por los que han muerto”. Es lo que habéis querido hacer esta tarde los amigos y compañeros de Loyola de Palacio y por eso estamos aquí.
En las noticias de TVE, el día del entierro de Loyola, aparecía en imagen su hermana Ana y decía que había muerto una gran mujer, una buena española y una buena europea. Son algunas de las cosas que se pueden decir de Loyola. Ella se ha marchado discretamente, como discreto fue su hacer también en su profesión: la política.
Los compañeros de partido habéis querido celebrar este funeral por el eterno descanso de su alma. Después de nuestra jornada de trabajo os habéis querido reunir aquí en esta Iglesia, para rezar por ella. Lo hacemos en esta oración que la Iglesia de todos los tiempos y lugares eleva a Dios en los momentos de pena y dolor por la despedida a una persona buena y querida que ha partido de entre nosotros. Cuando alguien nuestro se muere, los cristianos nos reunimos en la Iglesia para recordar la Muerte y Resurrección de Jesús, triunfador del Pecado y de la Muerte para siempre.
La vida humana muchas veces está llena de contradicciones. De hechos absurdos. La misma muerte es uno de ellos.
Y sin embargo San Francisco de Asís, haciendo un hermoso canto a Dios creador, dice: “Te alabamos, Señor, por nuestra hermana la Muerte, compañera de viaje de todo viviente“. ¿Se puede alabar a Dios por la muerte?. Si queréis es como el evangelio que acabamos de escuchar. Hemos oido que decía: Dichosos los pobres, Dichosos los que lloran, Dichosos los perseguidos… Es un lenguaje extraño porque los humanos en general creemos que la felicidad es algo muy distinto. Solemos repetir mucho la frase: “la felicidad no es el dinero, pero ayuda mucho“, y es feliz el que no tiene ninguna preocupación… Dicho como lo acabamos de escuchar en el Evangelio, así, parece el mundo al revés… Como alabar a Dios por la “hermana muerte”.
Por eso con mis palabras, ante la muerte de vuestra compañera y amiga Loyola, os quisiera ayudar a creer que, a pesar de lo absurdo de la muerte, es en ella donde los seres humanos comienzan el camino hacia la felicidad.
Y por eso, en esta tarde y desde la fe que animó la vida de Loyola de Palcio, os quisiera decir: A PESAR DE LA MUERTE, CANTEMOS A LA VIDA.
Sí, cantemos a la vida, porque hay motivos para hacerlo. El dolor y la misma enfermedad es un motivo para ello. A nadie nos gusta estar enfermos ni tener a nuestros familiares o amigos enfermos, pero a la larga, es para nosotros una experiencia que nos hace ser pobres en el sentido que hemos escuchado en las Bienaventuranzas. Porque nos hace dar todo lo que tenemos. Nos hace palpar qué quiere decir ser persona. Nos hace ver que el ser humano no será nunca dueño de la vida. Porque la vida es Dios y estamos en sus manos. Esto cuesta aceptarlo. Pero es la clave del secreto. Es entonces cuando se entiende que se diga: “Te alabamos, Señor, por la hermana muerte“.
Yo no creo en un Dios mágico, que cura a nuestros enfermos apenas se lo pedimos. Pero sí creo en Jesucristo, que nos predica a un Dios que no ha pasado de largo ante el dolor humano, sino que se acerca a él. Y se acerca tanto, con su Hijo Jesús, que él también murió de una manera injusta.
Por esta razón, ahora cantamos a la vida. Y podemos decir gracias, Señor, por todos los beneficios que has dado en esta vida a nuestra hermana y a través de ella a los que la rodeaban. Gracias por su lucha, trabajo y contribución para hacer una España mejor, gracias por su ilusión por construir una Europa de futuro. Gracias… por su discreción, como dije al principio.
Cierto, los que la veíamos de lejos, entendimos que era una mujer que no iba de estrella. La discreción creo que es una virtud que define su vida y su acción. Así ha sido también su muerte. Se ha ido muy calladamente.
Y junto a la discreción la eficacia. Creo que es un buen ejemplo para los que os dedicais a la política. Necesitamos menos políticos estrellas y figuras que aspiran sobre todo a mantener sus cotas de popularidad y más personas discretas y eficaces que trabajen por el bien de los ciudadanos.
Nosotros, ahora, damos gracias a Dios por su vida y oramos por ella. Confiamos que Dios la tenga en su Reino. Que esta esperanza nos ayude a seguir adelante con confianza.
P. José Magaña
Coordinador de la Pastoral de Lengua Española en Bélgica