Columna publicada el 08-08-2004
La todavía vicepresidenta de la Comisión Europea, Loyola de Palacio, concedió el domingo una entrevista al rotativo madrileño ABC que, por su cordura y lucidez, merece una reseña y una reflexión detenida.
La veterana política del Partido Popular, a dos meses y medio de cesar en su cargo europeo, ha hablado sobre el problema del petróleo, que está haciendo correr ríos de tinta y ocasionando que personajes de segunda división en la política nacional se metan a analistas. De Palacio ha dejado clara su postura, mucho más de lo que suele ser frecuente en un político. Preguntada por las posibles soluciones al alza desbocada en los precios ha dicho: “desde luego, la energía nuclear”. Tanto seso aplicado a la cosa pública no es ni mucho menos habitual entre los que se dedican a pastar del presupuesto y a hacerse fotos junto a la improvisada maqueta de un parque solar.
Lo que dice Loyola de Palacio no es un arrebato furioso propio del que le quedan cuatro días de despacho y coche oficial. Detrás de sus palabras está la clave de nuestros problemas energéticos. Los actuales, y los que vendrán si seguimos enarbolando esa falacia absurda del Desarrollo Sostenible, que ni es desarrollo, ni es sostenible y que lo único que va a reportarnos es dolor de cabeza y la electricidad por las nubes.
La energía nuclear en España genera casi una tercera parte de la electricidad consumida. Y eso a pesar de que las últimas dos centrales –Vandellós y Trillo– se construyeron hace más de veinte años. Desde entonces este tipo de generación eléctrica padece la llamada moratoria, es decir, que no se construye más con vistas a desmantelar el parque existente tan pronto se encuentren alternativas.
Alternativas, lo que se dice alternativas, no se han encontrado. El último plan energético nacional se centró en las plantas de ciclo combinado que queman gas, gas importado naturalmente de paraísos de la estabilidad y el orden como Argelia. Junto a ellas el otro puntal energético de la era Aznar fueron los parques eólicos que, cada vez con mayor profusión, están llenando la geografía española con sus molinos blancos emplazados en altozanos bien venteados.
Las plantas de gas son un error estratégico pues conducen a una fatal dependencia de países de los que poco bueno se puede esperar. Los parques eólicos, si bien valen como complemento para áreas rurales poco pobladas, no poseen la capacidad de generación ni la seguridad de suministro de las centrales nucleares o las térmicas convencionales. A modo de ejemplo, a las 21:30 del domingo 8 de agosto la demanda de energía eléctrica era de 24.660 MW. A esa misma hora los parques eólicos estaban generando apenas 620 MW. Una minucia insignificante y la constatación efectiva que la eólica es una energía renovable pero de ningún modo alternativa.
Conforme al acuerdo suscrito entre el PSOE y Los Verdes en enero de este año todas las centrales nucleares españolas estarán desmanteladas en veinte años. La idea es cumplir con el Protocolo de Kyoto, sin embargo la energía nuclear es imprescindible si se quiere llegar a ese compromiso medioambiental. Una central nuclear de unos 1.000 MW evita la emisión de 5 millones de toneladas de CO2 al año.
En algunos países europeos están empezando a darse cuenta del problema y a obrar en consecuencia. Finlandia, país respetuoso con el medio ambiente por excelencia, ha iniciado la construcción de un reactor de 1.600 MW, mayor que cualquiera de los existentes en España. Suiza ha aprobado por referendum el desarrollo nuclear, y Francia, no sólo no se ha replanteado sino que reforzará el modelo de generación nuclear.
La reactivación del programa nuclear abandonado en 1979 solucionaría el problema energético español, abarataría el precio de la energía eléctrica, disminuiría drásticamente la emisión de gases contaminantes y crearía miles de puestos de trabajo especializados. Nadie se atreve a decirlo así. Nadie tiene el suficiente coraje de defender la lógica. Nadie menos Loyola de Palacio. Esperemos que otros le sigan por el camino que hoy, desde ABC, ha marcado.