Conmoción en el adiós a Loyola
Conmoción en el adiós a LoyolaLa cúpula del PP arropó a la familia, y Zapatero dio a Rajoy el primer apretón de manos de los últimos nueve meses CARMEN REMIREZ DE GANUZA
MADRID.- El día que murió su padre, Loyola de Palacio se encontraba sentada en el Consejo de Ministros. La entonces titular de Agricultura se levantó sigilosa, se acercó a Aznar, le susurró unas palabras al oído y desapareció. Aquél fue uno de los días más hondos de su vida. Ayer, el silencio, la reciedumbre de una familia contenida en sus expresiones y apenas un padrenuestro en torno a un féretro tapado e instalado en la propia casa del padre, volvieron a presidir el que sería el último de sus días. Más que silencio, lo que ayer rodeaba a José María Aznar, a Mariano Rajoy, a Angel Acebes, a Federico Trillo y a tantos cuantos fueron sus compañeros en la política era el frío. Un frío que se colaba entre los rayos del sol de Madrid como la máxima expresión de una tristeza que, al decir de los presentes, helaba los huesos y no era anímica, sino medible en grados, enteramente física.
Una bandera de España colocada en el comedor familiar, junto al cuerpo de Loyola, consolaba las miradas de vascos, como Ignacio Astarloa, que sentían ayer con especial fuerza lo que ella siempre había sentido. Inconsolables, por su parte, Teófila Martínez, María Jesús Sainz, Beatriz Rodríguez-Salmones, se unían a Esperanza Aguirre, Alberto Ruiz-Gallardón, Ana Botella... y a los primeros espadas del partido, acompañados por sus cónyuges, en torno a un rezo breve y pausado, dirigido por Ana Palacio. Ex ministra como su hermana, y ayer anfitriona de luto, la vicepresidenta del Banco Mundial acababa de aterrizar de su vuelo procedente de Estados Unidos. Ana dirigió unas palabras de agradecimiento a los suyos.
Para entonces, Manuel Fraga, el otro padre de Loyola, ya se había ido. «Es un día muy triste», dijo el senador, «porque ha desaparecido una «gran vasca y una gran española, justo cuando más falta hacía».
El presidente de honor del PP, cuyo reciente homenaje fue impulsado, en buena parte, por la propia Loyola, declaró con un gesto algo más envejecido que no había conocido nunca a «una mujer más desinteresada, más trabajadora y más seria... y sin cuotas» de por medio. «Llegó por sus méritos a todas partes», afirmó a la puerta del domicilio familiar.
Entre los propios que por allí desfilaron, Miguel Arias Cañete -que dedicó un minuto de silencio a Loyola en la Conferencia de Política Económica y Social del PP que hoy clausurará Rajoy tras asistir al entierro en Deva- y Ana Pastor; y entre los ajenos, el nacionalista vasco Iñaki Anasagasti y la ministra de Agricultura, Elena Espinosa.
El pésame de Rodrigo Rato vino desde Washington por televisión, antes de su esperada llegada al entierro de hoy. Y es que, en medio del silencio, el adiós a Loyola no paraba ayer de generar declaraciones de afecto.
«Quiero expresar en nombre de la Mesa y en el mío propio el pésame al Grupo Popular y, conste en acta, nuestro reconocimiento a quien fue una brillante parlamentaria», proclamó Manuel Marín desde la presidencia de un Congreso de los Diputados donde, más allá del Hemiciclo y de los pasillos, el máximo luto se vivía entre las secretarias que compartieron con ella los años de oposición al Gobierno de Felipe González.
El propio José Luis Rodríguez Zapatero, quien nada más llegar a la Cámara declinó hacer declaraciones -sí las hicieron en nombre del Gobierno la vicepresidenta, María Teresa de la Vega y el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba- protagonizó el gesto más elocuente al acercarse a Mariano Rajoy y darle el primer apretón de manos de los últimos nueve meses.