José Manuel Barroso
Madrid, 1 de octubre de 2007
Querida Ana,
Señor presidente del Instituto de Empresa,
Ministro,
Señoras y señores:
Es un gran honor que me hayan invitado a clausurar esta Conferencia, dedicada a una mujer, y sobre todo a una amiga, que tanto hizo en su vida trágicamente corta.
Loyola de Palacio era una política valiente y visionaria que advirtió antes que la mayoría que la energía se convertiría en un problema estratégico clave de este siglo. Contribuyó en gran medida a dotar a Europa de las herramientas que necesitaba para actuar eficazmente en este ámbito. Esta Conferencia es un merecido tributo a sus muchos logros. Es más, pienso que ella la hubiera disfrutado enormemente. Al igual que todos ustedes, echo de menos sus opiniones, apasionadas y defendidas con brillantez, sobre energía, ¡y no solo sobre energía!
Centraré mi intervención en el papel que a lo largo de los años ha tenido la energía en la transformación de nuestras sociedades.
Hace casi dos siglos y medio, el tejedor británico James Hargreaves inventó la Spinning Jenny, y comenzó así la primera revolución industrial. La era del vapor transformó las sociedades, creando nuevas maneras de trabajar, de viajar y de comunicar.
Cien años más tarde, el inventor alemán Nicolaus Otto diseñó el motor de combustión interna, y comenzó la segunda revolución industrial. La era del petróleo avanzó a pasos agigantados en la ciencia, la medicina y el transporte, y generó prosperidad a una escala inimaginable en generaciones anteriores.
Pero cada vez somos más conscientes del elevado precio que ha tenido este progreso. Ha producido un aumento masivo de las emisiones de carbono en todo el mundo, y ello está cambiando lentamente nuestra atmósfera, con grandes repercusiones en el clima.
Según el Panel intergubernamental sobre el cambio climático, la temperatura del globo ha subido 0,7 grados en el siglo XX. Sus cálculos más recientes muestran que si no se actúa sobre el cambio climático, las temperaturas podrían aumentar hasta en 4,7 grados para finales de este siglo.
Los últimos informes muestran además la probabilidad de que algunas regiones de Europa se vean gravemente afectadas por la subida de las temperaturas, con más sequías aquí en España, por ejemplo.
Otro problema es que el petróleo y los demás hidrocarburos son recursos limitados, y que nuestras reservas internas disminuyen. Hoy importamos alrededor del 50 por ciento de nuestra energía. En 2030 nos acercaremos al 70 por ciento si mantenemos las políticas actuales.
Al mismo tiempo, el auge de nuevos gigantes económicos como China y la India incrementa la demanda mundial de hidrocarburos, y, si no actuamos, seguirá subiendo hasta el 60% para 2030, según la Agencia Internacional de la Energía. Los precios de los combustibles están en cotas cada vez más altas, sobre todo el petróleo, que el mes pasado llegó a los 80 dólares por barril [sept. 07].
Así, Europa está expuesta a una competencia cada vez más intensa de otros países por los recursos energéticos mundiales, y se vuelve cada vez más dependiente de importaciones de petróleo y gas de regiones geopolíticamente inciertas. Me temo que esto va a ser cada vez menos sostenible.
Pero hay esperanzas en el horizonte. Considero que estamos al borde de una tercera revolución industrial, la era baja en carbono. Aún no estamos ahí, pero, una vez más, somos los europeos los que marcamos el camino.
Como las anteriores revoluciones industriales, esta estará impulsada por la tecnología y las nuevas formas de energía. Y transformará también a nuestras sociedades de maneras que aún no podemos imaginar.
Con su énfasis en la energía renovable y en la transición a una economía baja en carbono, esta revolución nos permitirá dar un golpe importante en la lucha contra el cambio climático. Al mismo tiempo, mejorará la seguridad energética de Europa y rebajará las tensiones geopolíticas.
Nuestro camino hacia la tercera revolución industrial se inició hace dos años en un Consejo Europeo informal, en Hampton Court.
En esa reunión, los líderes de Europa apoyaron el llamamiento de la Comisión no solo a culminar el mercado de la energía interior, sino a desarrollar una política energética europea coherente y a largo plazo, en respuesta a los nuevos desafíos de la globalización.
Suponía un nuevo planteamiento político que abordaba los problemas como un todo: tanto la utilización de la energía como la seguridad y diversificación del suministro. Significaba vincular la política energética con otras políticas, y en particular con el cambio climático.
El Libro Verde de la Comisión que siguió a este planteamiento establece un modelo de política energética europea "integrada". Obtuvo pleno respaldo de los jefes de Estado y de gobierno en marzo de 2007. Desde entonces nos hemos esforzado por sentar las bases de un futuro energético bajo en carbono. Un futuro que refuerza la competitividad de Europa, salvaguarda nuestros objetivos ambientales y garantiza nuestra seguridad de abastecimiento.
Con este propósito, la Comisión propuso en enero un paquete energético que formula las metas y objetivos exigentes que ambicionamos. A pesar de su complejidad, el objetivo fundamental del paquete es claro: acelerar la transformación de Europa en una economía baja en carbono. Es decir, aumentar gradual y sustancialmente la cantidad de energía con emisiones de carbono bajas o emisiones cero, y asumir de esta manera el liderato en el advenimiento de la era baja en carbono.
Esta ambición se plasmó en una meta factible: de aquí a 2020, reducir las emisiones de efecto invernadero de la UE en no menos del 20 por ciento respecto de los valores de 1990; objetivo que estaríamos encantados de elevar hasta el 30 por ciento si se nos unen otros países desarrollados.
Gracias a este paquete, el plan arquitectónico de esta transformación de Europa está claro y se asienta en cinco pilares:
-en primer lugar, debemos aumentar nuestra eficiencia energética, ahorrando un 20 por ciento de nuestra energía, como ya he dicho;
-en segundo lugar, debemos aumentar sustancialmente la cantidad de energía que utilizamos de fuentes renovables, triplicando su uso para llegar al 20 por ciento en 2020;
-el tercer pilar supone aumentar sustancialmente la cantidad de hidrocarburos limpios que consumimos. Hay grandes avances tecnológicos en la reducción de las emisiones de carbono de los hidrocarburos, por ejemplo mediante el secuestro del dióxido de carbono. En este contexto, quisiera destacar especialmente la importancia del carbón, combustible relativamente barato y disponible en Europa. Lo que ocurre es que es también muy sucio y por eso es importante acelerar el progreso de las tecnologías limpias en este sector;
-en cuarto lugar, debemos desarrollar el mercado único de la energía. Nuestra seguridad energética radica en la integración, no en el aislamiento;
-por último, consolidar el mercado del carbono en la UE, que cubre el 50 por ciento de nuestras emisiones y representa ya un valor de mercado superior a los 20.000 millones de euros.
Considero, por otra parte, que los Estados miembros no pueden eludir la cuestión de la energía nuclear. Tiene que haber un debate total y franco sobre el problema. No es papel de la UE decidir por los Estados miembros si utilizar o no la energía nuclear. Pero la Unión Europea puede aportar en áreas conexas, por ejemplo, en investigación y en seguridad.
No entraré en detalles, pues mis comisarios ya han hecho una excelente labor en este sentido. Pero la legislación propuesta, que insiste en la separación entre producción y redes de suministro, que facilita el comercio energético transfronterizo, que fomenta la colaboración y la inversión transfronterizas, que aumenta la solidaridad y la transparencia, sería un paso decisivo hacia un mercado interior de la energía abierto y equitativo.
Al consumidor le brindaría opciones y precios más justos. Promovería la sostenibilidad, fomentando la eficiencia energética y garantizando que empresas más pequeñas - estoy pensando especialmente en aquellas que invierten en energías renovables - tengan acceso al mercado de la energía.
Un mercado verdaderamente competitivo garantizaría también mayor seguridad de suministro al mejorar las condiciones de inversión en centrales eléctricas y en redes de transporte, lo que, a su vez, permitiría evitar interrupciones del suministro de electricidad o de gas. Y además nos ayudaría a hacer frente al cambio climático.
Será difícil llegar hasta la meta. Entiendo la resistencia que nuestras propuestas suscitan en algunos ámbitos. Pasar a un mercado más competitivo es siempre un reto, sobre todo en un sector tan complejo y estratégico como la energía. Pero (y este sería un buen homenaje a Loyola) en este camino la Comisión no vacilará ante su deber de impulsar estas reformas.
Loyola, estoy seguro, estaría también de acuerdo en que una vez que hayamos creado un auténtico mercado único de la energía, no podremos cruzarnos de brazos si vemos que empresas de terceros países vienen a agregar lo que nosotros hemos desagregado. Los frutos de los laboriosos avances que acabo de esbozar son, sencillamente, demasiado importantes.
Y por eso, las propuestas incluyen también un reto a nuestros socios de todo el mundo: bienvenidos a nuestro mercado, siempre que se ajusten a las mismas reglas de juego que nuestras empresas y siempre que respeten esas mismas reglas en el suyo.
En otras palabras, vamos a proteger nuestro mercado liberalizado. ¡Proteger la competencia no es ser proteccionistas!
En lo inmediato, la Comisión va a completar en diciembre sus propuestas legislativas para la ejecución del paquete relativo a la energía y el cambio climático.
Tras una amplia consulta, la Comisión propondrá un mecanismo revisado de comercio de emisiones y una nueva Directiva de fomento de las energías renovables, y perfilará la forma en que cada Estado miembro habrá de cumplir los objetivos de reducción de gases de efecto invernadero acordados en el mes de marzo. Y dado que el transporte es el principal responsable de las emisiones de CO2, la Comisión presentará además propuestas legislativas para reducir estas emisiones en el sector de la automoción.
Señoras y señores:
Cuna de las dos revoluciones industriales anteriores, Europa logró saltos espectaculares en progreso y prosperidad que obligaron al resto del mundo a esforzarse por no quedar atrás.
Con la creación de condiciones favorables para un mercado de la energía abierto y competitivo, y con inversiones en investigación e innovación en materia de tecnologías verdes, pienso que Europa está preparada para repetir aquellos éxitos.
Quisiera terminar destacando una vez más el papel y la contribución de Loyola de Palacio a la labor que con mis colegas Neelie Kroes y Andris Pielbalgs les hemos presentado. Contribución reconocida hoy con la creación en el Instituto Universitario Europeo de la cátedra de Energía que lleva el nombre de Loyola de Palacio.
Esta cátedra es un homenaje a su dedicación como vicepresidente de la Comisión y comisaria de Energía y Transporte, y promoverá la investigación en un sector en el que, como hemos visto, los europeos nos encontramos ante opciones estratégicas y el en que confluyen la economía, la seguridad, la innovación tecnológica y las políticas regulatorias.
Loyola fue sin la menor duda una proeuropea convencida y ferviente. En los últimos días de su vida seguía trabajando para Europa y para la Comisión y brindándonos sus conocimientos y su apoyo. Presidía un grupo de expertos sobre la dimensión exterior de las redes transeuropeas.
Y además estaba terminando un CD de música europea que la Comisión ha editado y que ustedes han recibido. Es nuestro pequeño, sin duda, pero muy personal homenaje. El homenaje más grande y más profesional es la manera como Europa y la Comisión están poniendo la energía en el centro del proyecto de integración europea. Es, estoy seguro, la mejor manera de honrar el legado de Loyola.
Gracias.