20 octubre 2006

La historia de la campana de Badouco


Notas Cortas

CAMPANAS DE LA ALMUDENA

1.999

Cuando monseñor Rouco Varela tomó posesión del Arzobispado de Madrid echó en falta el sonido de las campanas. Efectivamente la catedral de Madrid, cuyas obras habían terminado recientemente, no tenía campanas y su silencio le hacía añorar a las que con su tañido tanta compañía le habían hecho mientras ocupó la mitra compostelana.

El comentario que sobre el particular hizo el nuevo Arzobispo a un familiar llegó a oídos de un grupo de gallegos que sin perder un momento empezó a dar los primeros pasos para dotar de campanas a la catedral madrileña. Al principio la misión parecía si no imposible sí de muy difícil cumplimiento. Pero el cariño y agradecimiento a Madrid de este grupo de gallegos generosos empezó a remover obstáculos, a pedir colaboraciones, a buscar ayudas y pronto la idea inicial, que se bautizó como “Proyecto gallego de dotación de campanas a la Catedral de La Almudena” contó con una entusiasta Junta de Promotores.

Esta Junta, todavía con muy pocos medios pero con ideas muy claras, se domicilió en plena Gran Vía y desde allí comenzó a desarrollar su estrategia. Se habló con los arquitectos responsables de la catedral, se buscaron por toda Europa fabricantes de campanas, se redactaron presupuestos, se presentó el Proyecto a las distintas Administraciones, se confeccionaron folletos explicativos y, en definitiva, se empezó a andar.

El hecho de que Madrid sea la ciudad española donde viven y trabajan más gallegos, que el mercado madrileño sea el mejor que Galicia tiene para sus productos, que el turismo gallego se nutra principalmente de madrileños, que los procedentes de la Archidiócesis de Madrid constituyan el grupo más numeroso de peregrinos a Santiago, superando incluso a los de las diócesis gallegas, que la Catedral esté actualmente regida por un Cardenal lucense procedente de la Sede compostelana, teniendo todo esto en cuenta, repito, la realización del Proyecto supondría el reconocimiento y la proclamación de la cordialidad y hospitalidad con que Madrid ha recibido siempre a los gallegos.

Pronto se despejó una de las mayores incógnitas del Proyecto. Un miembro de la Junta de Promotores tenía relación de parentesco con la familia Ocampo, fabricante artesanal de campanas desde 1630 en Santa Mariña de Arcos de la Condesa, una de las parroquias rurales de Caldas de Reis. De esta fundición, situada en las inmediaciones de otra donde ya desde el año 1000 se fabricaban campanas, habían salido cientos de piezas, (entre ellas las rosalinianas de Bastabales), que desde campanarios de Europa, Africa y América llaman a la oración, anuncian la buena nueva o el peligro o doblan por los difuntos. Sin embargo, nunca había recibido un encargo tan importante.

Enrique, el actual titular del taller artesanal de los Ocampo, aceptó el reto con ilusión. Empezaron los primeros problemas. La altura del horno no era suficiente para que el bronce fundido llenara moldes tan grandes como los que exigían las campanas de la Almudena. No se arredró Enrique pensando que el problema se podría solucionar rebajando el suelo de la fundición. Viajó a Madrid para entrevistarse con los arquitectos de la Almudena. Estos habían pensado en un grupo de cuatro grandes campanas de diferentes tamaños para que sus tañidos fueran distintos y se pudieran armonizar sus sonidos. Enrique hizo el viaje ligero de equipaje pero sin olvidar su regleta, una especie de regla de cálculo de poco más de una cuarta donde con signos cabalísticos figuran las relaciones entre dimensiones, peso y composición del bronce que las campanas, según su tamaño, deben tener. Esta regleta contiene toda la ciencia de los campaneiros y su interpretación se transmite en secreto, desde hace siglos, generación tras generación, al hijo primogénito.

El asombro de los arquitectos tras su entrevista con el Campaneiro no tenía límites. Lo que a ellos les había llevado muchos días de cálculo para confeccionar el correspondiente programa informático fue resuelto en pocos minutos por Enrique y su regleta y, lo que más les llamó la atención, llegando a una solución casi idéntica a la suya.

Antes de seguir adelante conviene dar unas pinceladas sobre Arcos. A 3 km de Caldas, la parroquia de Santa Mariña de Arcos de la Condesa reparte sus 500 habitantes sobre 760 ha de gran riqueza forestal en las faldas del monte Agüeiros. Consta de ocho lugares en uno de los cuales, Badoucos, está instalada la fundición de los Campaneiros.

Su nombre deriva del latín arcix, castillo o fortaleza, y su apellido se debe, según Hipólito de Saa, a la condesa Munina, hermana de Don Pedro Froilaz, conde de Traba, que residía en Arcos. Los Traba reconstruyeron un antiguo monasterio, el de San Breixo de Arcos, fundado por sus antepasados, para posteriormente donarlo al Arzobispo Gelmírez. Se conserva en la Universidad compostelana un fragmento de contrato, fechado en el año 898, referente a la comunidad monacal que lo ocupaba.

El ejército de Napoleón arrasó Arcos, echándose al monte los vecinos con su párroco a la cabeza para luchar contra los invasores. En 1836 Arcos, que hasta entonces era Parroquia-coto del Cabildo de Santiago y que contaba con 455 almas, pasó a integrarse, junto con otras parroquias, en el Ayuntamiento de Caldas de Reyes, dejando de tener jurisdicción propia. Inmediatamente los vecinos solicitaron su separación de Caldas, invocando intereses particulares y colectivos diferenciados, así como medios económicos suficientes. No consiguieron un municipio independiente pero sus continuas reclamaciones fueron parcialmente atendidas en 1946, concediéndosele su constitución como Entidad Local Menor.

Sigamos ahora con la Almudena. En 1998 se inició la fabricación de las campanas siguiendo el tradicional método de los Ocampo. Dado su tamaño, había que fundirlas una a una. Se dedicó cada una a una advocación mariana relacionada con Madrid, empezándose con la bautizada como “Nuestra Señora la Real de la Almudena”, que lleva grabado el lema “Pro vobis et pro multis” del Cardenal don Angel Suquía, antecesor del Cardenal Rouco Varela tanto en la sede de Santiago como en la de Madrid.

Le siguió la “Virgen de la Paloma”, que lleva el lema episcopal del Cardenal Rouco, “In eclesiae comunione”. La tercera, con el lema “Sacerdos et Hostia” de monseñor García Lahiguera, que fue obispo auxiliar de Madrid, se bautizó con el nombre de “Nuestra Señora de Atocha”. Y la cuarta, dedicada a una advocación madrileña poco conocida, “Santa María de la Flor de Lis”, está dedicada al cabildo catedralicio y su leyenda es “In laudem gloriae ejus”.

Si cualquier fundición en el taller de los Ocampo constituye un espectáculo impresionante, la de cada una de estas campanas con un peso de entre 1500 y 1800 kg fue una experiencia inolvidable. Las ceremonias, dirigidas por Enrique y en las que colaboraron su hijo y su tío Laureano constituyeron al mismo tiempo un compendio de sencillez y de solemnidad, de artesanía y de precisión, contempladas en un silencio impresionante por las docenas de personas que abarrotábamos el local, silencio sólo roto por las oraciones de Enrique primero, después por sus órdenes, breves y tajantes, más tarde por el sordo sonido del cobre y del estaño fundidos que se precipitaban en los moldes y por ultimo por un aplauso espontáneo y cerrado de los espectadores.

Especialmente emotiva para el que esto escribe fue la ultima fundición, la de la “Santa María de la Flor de Lis”. Había aceptado amadrinar esta campana la Excma. Sra. Dª Loyola de Palacio, Ministra de Agricultura, tan ligada a Galicia y a Madrid. Dos días antes del designado para la fundición fue nominada cabeza de lista en la candidatura del Partido Popular al Parlamento Europeo. La víspera de la fundición parecía imposible que pudiera estar en Arcos el día siguiente y dado el método artesanal empleado la operación no podía aplazarse.

Afortunadamente su coraje y su amor por Galicia le llevaron a cancelar obligaciones como candidata que parecían ineludibles (“No estoy en campaña, estoy en campana con mis amigos de Caldas” contestó cuando desde el PP le presionaban para que ese día abriera en Marbella la precampaña electoral) y se presentó en Caldas con el tiempo suficiente para recorrer a pie la calle Real desde el puente romano, saludar con sencillez y simpatía a los caldenses con los que se cruzaba (Chicho Domato el de la Ruta, el propio alcalde José María Tobío...), atravesar el río Umia, despacito, para admirar uno de los paisajes más emblemáticos de Galicia, y aceptar una camelia roja de los árboles que medio siglo antes el que suscribe había plantado en los jardines del Acuña.

Posteriormente, y después de un sencillo almuerzo en la Casa de la Cultura de Arcos, hizo un recorrido a pie, acompañada por sus amigos caldenses, hasta el lugar de Badouco. No es fácil describir la belleza de este recorrido de poco más de 700 metros. Una comitiva, improvisada sobre la marcha, precedida por la banda de gaiteiros de Bueu y en la que por supuesto no faltaban las bombas de palenque, recorrió una preciosa corredoira en una espléndida tarde de primavera de finales de abril, sin una sóla nube, atravesando unas leiras con todos los matices del verde y del amarillo, tan limpias y transparentes como sólo pueden verse cuando sale el sol después de varios días de lluvia.

Aunque parezca, y lo sea, una cursilería, aquello me recordaba a las películas de Sissí protagonizadas por mi querida Romy Schneider. Alertados por los cohetes y las gaitas, grupos de agricultores que aprovechaban el buen tiempo para labrar sus campos se acercaban aplaudiendo y, después de saludar sombrero en mano, se iban incorporando al cortejo conforme éste pasaba a su altura. Cuando llegamos a Badouco ya éramos más de un centenar. Allí, ante la fundición de los Ocampo, tuvo lugar un sencillo acto en el que Paco Rivas, concejal representante de Arcos en el Ayuntamiento de Caldas, agradeció la presencia de la Ministra y su madrinazgo de la campaña, contestándole Loyola dando a su vez las gracias por haber sido elegida. Muchos aplausos para ambos, magnífico concierto de la banda de gaiteros y, como no podía ser de otra manera, estruendosas bombas de palenque.

Sin perder un minuto, pues Enrique y Laureano tenían ya todo a punto, entramos en la fundición. Pura Edad Media. Me he referido más arriba a los distintos sonidos que en medio del silencio de los concurrentes llegaban nítidamente a nuestros oídos. Era una mezcla de ritos cristianos y de magia en una liturgia que durante mil años se repetía cada vez que en medio de la alegría de todos se fundía una nueva campana. Al terminar, nuevo concierto de los gaiteiros de Bueu, más bombas de palenque, calurosas felicitaciones para todos aquellos que tan duramente habían trabajado para que todo saliera bien y puesta en marcha de la siguiente etapa.

Ocho meses después, el 13 de diciembre de 1999, las cuatro campanas llegaron a la catedral de la Almudena, depositándose durante toda una semana en la fachada Este, la que da a la calle de Bailén, para posibilitar su contemplación. El día 19, tras una difícil y cuidadosa operación para colocar cada una en el sitio que tenía reservado, las campanas se estrenaron repicando alegremente. Mientras, en una liturgia solemnísima, la Condesa de FENOSA hacía el ofrecimiento y entrega de las campanas al Cardenal de Madrid. Impresionante fue la llegada a la Catedral de la Real Banda de Gaitas de Orense que había protagonizado un espectacular desfile desde la Plaza Mayor hasta el Patio de Alabarderos de la Plaza de Oriente.

Pocos días después, el día de Navidad, para celebrar la apertura del Año Jubilar, volvieron a repicar al mismo tiempo que lo hacían las campanas de las torres y espadañas de todos los templos de España.

Sevilla, 03.01.2000.-


P.s.: Desde entonces han protagonizado muchos acontecimientos, alguno triste como cuando tuvieron que doblar en los funerales de doña María, y otros alegres, como cuando en un día lluvioso, que posiblemente les recordase sus orígenes caldenses, celebraron la boda del Príncipe de Asturias.

Sevilla, 19.03.2005.-

Don Joaquín Domínguez