08 abril 2008

Archivo: Conferencia de Loyola de Palacio -Córdoba-

Permítanme mi osadía de venir a hablar de agricultura a Córdoba, a unos empresarios agrarios que día a día acreditan su capacidad de gestión y donde tienen su asiento centros de enseñanza de reconocido prestigio. Pero la amable invitación de este centenario Círculo de la Amistad me ha animado a compartir con Vds. algunas de mis ideas sobre la agricultura en general y, en particular, sobre la agricultura europea.

La tercera revolución agraria

En nuestra sociedad se han producido muchos cambios durante el ultimo medio siglo, cambios que como no podía ser de otra forma han afectado profundamente a la agricultura. En este período, en contraste con la evolución suave y continua experimentada anteriormente, la agricultura ha cambiado de manera sólo comparable a la que en los albores de la humanidad y durante un período muchísimo más largo protagonizaron nuestros antepasados al conseguir la domesticación de animales y plantas silvestres lo que les permitió evolucionar desde un régimen más o menos nómada de cazadores y recolectores a otro de agricultores y ganaderos sedentarios.

En estos cincuenta años la agricultura ha sufrido dos cambios importantísimos, verdaderamente revolucionarios. La primera revolución corresponde a la mecanización del campo, sustituyéndose la tracción de sangre y el trabajo físico del hombre por una serie de máquinas que permiten realizar las labores en menos tiempo, con más oportunidad, con menor esfuerzo y con mayor perfección. Se ganó en productividad y en comodidad a cambio de depender de un carburante que constituye un insumo que a diferencia de los forrajes con que se alimentaba el ganado de labor sustituído no se produce en la explotación.

Casi al mismo tiempo se empezó a generalizar el uso de semillas selectas propiciando un incremento de las producciones con la consiguiente demanda de una mayor aportación de inputs externos, especialmente fertilizantes y pesticidas. Lo mismo cabe decir de las transformaciones en regadío realizadas conforme se iba incrementando la regulación de nuestros ríos y aumentaba nuestra disponibilidad de energía. La demanda de fertilizantes y pesticidas provocó una segunda revolución, la química, que permitió que la agricultura alcanzase la productividad que el empleo de máquinas, de agua de riego, de semillas selectas, juntamente con la extensión de la formación profesional, facilitaban.

Hoy en día nos encontramos inmersos en una tercera revolución, la biotecnológica, término que a mi juicio es mucho más amplio que el que hace referencia a la ingeniería genética o a los organismos genéticamente modificados. El desarrollo de la biotecnología redundará sin duda en grandes ventajas para la agricultura propiciando el incremento de su productividad, objetivo clave para luchar contra el hambre sin destruir bosques o desecar marismas, facilitando además la obtención de nuevos productos, muchos de ellos de uso médico, o la elaboración competitiva, a partir de producciones renovables, de biocarburantes y otros productos químicos y farmacéuticos actualmente fabricados consumiendo recursos fósiles.

Pero esta tercera revolución está teniendo lugar en un momento especialmente delicado en el que la comercialización de las producciones en un mundo globalizado y la aparición de fuertes movimientos sociales están poniendo en cuestión la viabilidad de la agricultura europea. La sociedad exige a nuestros agricultores que sean competitivos al mismo tiempo, y a mí me parece muy bien, que les impide utilizar pesticidas que dañen el medio ambiente o fertilizantes que puedan contaminar los acuíferos, o les obliga a procurar el bienestar de sus animales. También suscribo, por supuesto, que la sensibilidad social demande una gran seguridad alimentaria. No veo en cambio razón alguna para que no se permita que nuestros agricultores empleen variedades transgénicas más productivas, más resistentes a plagas y enfermedades o más tolerantes a las adversidades climáticas, máxime cuando estas nuevas obtenciones tienen que superar una serie de requisitos que aseguran su inocuidad tanto para los seres vivos como para el medio ambiente. Existe un riesgo real de que los agricultores europeos no puedan subirse al carro de esta revolución biotecnológica que en cambio está siendo utilizada a fondo por nuestros competidores.

En España, además, donde el regadío es esencial para el mantenimiento de la agricultura más eficiente, se está extendiendo una falacia dando por hecho un supuesto despilfarro del agua de riego. Incluso se manejan estadísticas en las que se comparan las dotaciones que los agricultores españoles emplean para regar sus tierras con las mucho más bajas utilizadas por sus colegas holandeses o daneses. El argumento empleado se cae por sí sólo pero su machacona repetición, unida a la exigencia de que las tarifas contemplen el costo de reposición de las inversiones realizadas en regulación y distribución del agua, está calando en la opinión pública. No quiero pasar por alto al hablar del regadío la irresponsabilidad política que ha supuesto la derogación del Plan Hidrológico Nacional. No me cabe duda de que la insolidaridad de algunos, el sectarismo de otros y el papanatismo de muchos están provocando serios problemas que se agravarán con el paso del tiempo.

La Organización Mundial de Comercio

Dentro de pocos días se celebrará en Hong Kong la Conferencia Interministerial de la OMC, cuyos acuerdos, si es que se producen y no se repiten los fiascos de Seattle (1999) y Cancún (2003), serán de la máxima importancia para la agricultura europea. La Unión, que se adelantó a hacer una reforma de la PAC considerada por muchos prematura y estratégicamente inoportuna, propone una reducción de las ayudas de la caja ámbar[1] de un 70%, pese a que hace menos de año y medio se había acordado que la reducción máxima sería del 65%. Francia, liderando un grupo de trece países europeos, está insistiendo en que la Reforma de la PAC debe ser el límite máximo de nuestras concesiones, debiendo la Comisión respetar escrupulosamente el mandato negociador del Consejo. El Comisario de Comercio no acepta estas presiones y repetidamente ha anunciado que la UE será flexible en el capítulo agrario si se obtienen beneficios en materia de industria y servicios. El ministro francés de agricultura, en frase muy gráfica, ha acusado al Comisario de Comercio de galopar muy por delante de su infantería.

Asimismo Europa ha ofrecido una reducción media del 46% en los aranceles de entrada, al margen de la iniciativa todo excepto armas que permite importar sin aranceles y sin contingentes los productos de los 50 países más pobres. Estados Unidos, por su parte, propone reducir sus ayudas internas en un 60%, condicionándolo a que la Unión Europea disminuya las suyas en un 83% pero manteniendo en el nuevo Farm Bill los pagos contracíclicos, que por su naturaleza se deben incluir en la caja ámbar.[2] En cuanto a los aranceles, ofrece una reducción de entre el 55 y el 90%.

Otro grupo de países, el denominado G-20, formado entre otros por Brasil -que de ninguna manera, agrícolamente hablando, puede incluirse entre los países pobres- India y China, ha adelantado que si el recorte arancelario de la UE para los productos agrícolas no llega al 54% se negará a negociar cualquier otra partida. Igualmente, la APEC[3] que engloba a grandes países productores y consumidores como Estados Unidos, Japón, Australia, Canadá, China, Méjico, Chile o Rusia, y que representa la mitad del comercio mundial, está presionando fuertemente a la UE para que acepte una reducción significativa de las ayudas agrarias si se quiere superar la crisis en que se encuentra la Ronda de la OMC.

España se ha alineado con la postura defendida por el Comisario de Comercio. Nuestro ministro de Asuntos Exteriores ha declarado en Bruselas que queremos una negociación global donde las concesiones agrícolas sean a cambio de beneficios en la industria y los servicios. Más claro, agua.

Según el Banco Mundial la riqueza de todos los países aumentaría en 254.000 M de euros si desaparecieran las barreras comerciales y los subsidios agrícolas, yendo a parar a los países en desarrollo la mitad de dicha cifra. El Acuerdo de Hong Kong tendría así una doble vertiente: la puramente económica y la de cooperación con los países menos desarrollados en la lucha contra la pobreza.[4]

Europa está obligada a ayudar a sus agricultores

En esta tesitura la sociedad europea no puede olvidar que tiene una deuda pendiente con sus agricultores y no parece que el intercambio de cromos agrarios por otros industriales sea éticamente admisible. La Unión Europea surgió precisamente de un mercado comun agrario promovido con la finalidad de producir más alimentos para una población hambrienta tras el terrible drama de la segunda guerra mundial. Y el esfuerzo de sus agricultores, frecuentemente sin medios apropiados pero con una enorme moral para superar sus limitaciones, no sólo dio de comer a sus compatriotas sino que originó unos excedentes de producción que, al causar graves problemas financieros, exigieron un cambio radical en el diseño de la política agraria comunitaria. Más adelante, conforme los europeos fuimos mejorando nuestro nivel de vida, se pidió a los agricultores que desempeñaran nuevos papeles en las zonas rurales, convirtiéndose en protectores del medio ambiente y en guardianes del paisaje para deleite de los urbanitas en sus vacaciones o en sus excursiones de fin de semana.

¿En qué situación estamos?. El Tratado constitutivo de la UE sigue en vigor. En él se establece que la política agraria comunitaria debe de tener en cuenta las características singulares de la actividad agrícola consecuentes de la estructura social de la agricultura y de las desigualdades estructurales y naturales de las distintas zonas rurales. Por lo tanto para alcanzar la competitividad que en un mundo globalizado se exige a nuestra agricultura es necesario que Europa establezca estrategias de desarrollo claras y precisas destinadas a mejorar y adaptar el potencial humano y el de los factores de producción, sin olvidar en todo el proceso tanto la calidad de la producción como la conservación del medio ambiente.

Es la hora de ayudar al campo europeo para que Europa siga siendo ese conjunto armónico formado por una retícula de ciudades pequeñas y medianas apoyadas en pueblos con próspera vida propia. Pero ello no debe conseguirse reduciendo las ayudas destinadas a la agricultura para dedicar su importe al llamado desarrollo rural, olvidando, no sé si consciente o inconscientemente, que no puede haber desarrollo rural sin agricultura y sin agricultores. La PAC constituyó una política moderna y su aplicación permitió que Europa dispusiera de uno de los mejores y más seguros sistemas agrarios. Pienso que para el futuro de Europa es esencial no sacrificarla en aras de una mal entendida solidaridad[5] con los países en vías de desarrollo pues constituye un medio esencial para salvaguardar la cadena alimenticia europea y mantener vivo el medio rural. Quiero poner como ejemplo el beneficioso efecto que la reforma de la OCM del aceite de oliva supuso en la mejora de la producción de los olivares, en la modernización de las almazaras y, en definitiva, en la calidad y seguridad alimenticia de sus productos, con favorabilísimas repercusiones económicas y sociales en las zonas olivareras. Ejemplo contrario lo constituyen las negativas repercusiones que con toda seguridad provocarán las recientes reformas de las reglamentaciones del algodón y del azúcar, cuyos efectos no tardarán en manifestarse en sus zonas de cultivo.

Hablaba anteriormente de las estrategias de desarrollo tanto del potencial humano como de los factores de producción. Empezaré por el primero que considero de máxima importancia pues la verdadera riqueza de un país o de un sector es la educación de su gente. Es preciso establecer estrategias que permitan la formación continua de los agricultores así como la potenciación de los sistemas transmisores de información y de difusión de conocimientos, con los medios precisos para poder llegar a una población, que, por la naturaleza de su trabajo, vive dispersa. Extensión Agraria prestó servicios extraordinarios durante las dos revoluciones a las que he aludido anteriormente. Creo que sería muy oportuno recrear este Servicio, pero centrado en el desarrollo rural, para que con su asesoramiento los agricultores puedan beneficiarse de las ayudas comunitarias destinadas a este fin y del incremento de rentas que dicho desarrollo propicie, en lugar de que dichas ayudas sean mayoritariamente utilizadas por personas ajenas al sector pero con mejor información. Es un campo en el que las Cooperativas y las Organizaciones Profesionales Agrarias tienen mucho que hacer y que decir.

A la mejor utilización de los factores de producción contribuirá sin duda y en primer lugar la mejor formación y capacitación de los agricultores. Pero aumentar la eficacia del sector a través de la modernización de las explotaciones, incrementando su rentabilidad mediante la introducción de nuevas tecnologías, exige inversiones importantes para las que se necesitan ayudas proporcionadas y una política agraria europea sin las incertidumbres actuales, en que parece que se quiere modificar la normativa vigente antes de que ni siquiera haya entrado en vigor. No se puede pedir a los agricultores que inviertan en mejorar sus explotaciones al mismo tiempo que se les está diciendo que la reglamentación actual, la recogida en la Agenda 2000, tiene sus días contados. Lo mismo cabe decir del sector transformador en el que sería deseable favorecer la cooperación entre agricultores e industriales y comercializadores.

No quiero dejar pasar la ocasión, hablando del medio ambiente o del mantenimiento de la biodiversidad, de decir que la labor desarrollada por los agricultores ha sido fundamental para que uno y otra llegaran hasta nuestros días en buen estado, gracias sobre todo a que la agricultura ha constituido para sus profesionales no sólo un medio de vida sino, especialmente, una forma de vida . La ampliación territorial de los espacios protegidos, cubriendo cada vez mayores superficies, con las consiguientes limitaciones para los agricultores y ganaderos que en ellos trabajan y que habían sido sus mejores conservadores a lo largo de muchas generaciones, está produciendo con frecuencia un efecto pernicioso sobre el bien que se pretende proteger, mucho más inerme ahora que antes de que se declarara su protección. Es necesario que nuestros montes vuelvan a ser lo que eran, fuente de rentas y trabajo para la población de su entorno y para el conjunto de la sociedad, y abandonar el trasnochado paternalismo que sin duda con la mejor voluntad está causando daños muchas veces irreparables en nuestro patrimonio común.

Se ha puesto de moda últimamente una palabra, la de sostenibilidad, para designar un concepto que el agricultor ha venido cultivando, y nunca mejor dicho, desde que el primer recolector de frutos silvestres se convirtió en labrador. En este sentido la Directiva comunitaria 2003/30, que este año ha entrado en vigor y que pretende fomentar el empleo de carburantes obtenidos de recursos renovables puede ser de gran utilidad para la agricultura y para el mundo rural en general pero, eso sí, siempre que los agricultores participen en la elaboración de los biocarburantes y no se contenten con ser unos meros suministradores de productos sin transformar.[6]

Para el cumplimiento de esta Directiva y para que en general la revolución biotecnológica llegue también a los agricultores es necesario que la sociedad mejore la dotación presupuestaria que destina a investigación, desarrollo e innovación, especialmente la que dedica al campo. Durante las próximas décadas, en un período considerado como transitorio, los biocarburantes, es decir el bioetanol y el biodiesel, contribuirán a facilitar el acceso a una nueva situación, verdaderamente revolucionaria, en la que el hidrógeno y las pilas de combustible garantizarán el suministro energético y la seguridad mundial y en la que la agricultura puede ser la gran fuente de energía renovable para la obtención de hidrógeno. Pero para ello es necesario dedicar muchos más recursos a la investigación. [7]

Tenemos que conseguir entre todos que los agricultores se sientan ciudadanos de primera, aunque no vivan en ciudades, que el conjunto social reconozca que ejercen una profesión digna y necesaria y que no consideren que las ayudas que se les prestan o puedan prestárseles son limosnas más o menos caritativas pero inmerecidas. Ha pasado la época en que la agricultura recibía una gran atención en los planes de estudios de las escuelas militares debido a su doble función de proveedora de hombres para la guerra y de suministradora de alimentos para ganarla. No están tan lejos tampoco los tiempos en los que, sin pedir nada a cambio, el campo prestó a la sociedad lo mejor que tenía, sus hombres y sus mujeres, para el desarrollo de los demás sectores. Eran los años en los que la emigración rural proporcionó en toda Europa el apoyo necesario para su recuperación, lo mismo que en décadas anteriores había hecho con las naciones hermanas de América.

Decía en un artículo reciente[8] mi querido amigo el profesor Velarde Fuentes que hoy en día España puede permitirse el lujo de apoyar, para que no desaparezca, a una agricultura parecida a la actual aunque no se optimice así nuestro PIB. Justifica su opinión no sólo porque exista un efecto precaución ante un conflicto o por el riesgo para el equilibrio social de la desertización del campo, que también, sino por la pérdida de un riquísimo acervo de tradiciones y de valores que perduran en él. Termina su artículo presentando un dilema a sus lectores: “Liquidar, o no, el campo; aceptar, o no, el lujo de tenerlo: he ahí una gran opción nacional”. Para mí, la respuesta está clarísima. Incluso yo iría más allá y diría que mantener el campo no es un lujo sino una necesidad. No hace falta ser muy pesimista para pensar que tras un desmantelamiento de la agricultura europea los suministradores externos de nuestros alimentos no vayan a actuar de la misma forma en que actualmente lo hacen los países productores de petróleo y nos veamos obligados a adquirirlos, más caros y sin garantías sobre su salubridad, fuera de nuestras fronteras.

La agricultura no puede esperar

A la vista de todo lo anterior hay que reconocer que los agricultores no lo tienen nada fácil. Si a las mayores exigencias que pesan sobre la agricultura europea unimos las mejores estructuras de producción de muchos de los países exportadores de productos agrarios, que les permiten grandes economías de escala, o las inadmisibles e indeseables condiciones de semiesclavitud en que otros desarrollan su actividad, con la consiguiente reducción de costos, es difícil que la agricultura europea sea competitiva.[9] No obstante y considerando cómo los agricultores han sabido, y están sabiendo, adaptarse de forma continua a las circunstancias cambiantes, desmintiendo el tópico de refractarios a cualquier innovación que los que no les conocen les aplican, estoy segura de que saldrán adelante haciendo frente a unas dificultades que ahora parecen insuperables. Hace ocho años, en el discurso inaugural de la 29ª Conferencia de FAO donde la prioridad absoluta era la lucha contra la pobreza y el hambre en el mundo, citaba yo en mi intervención como Ministra de Agricultura del Reino de España una frase del pandit Nehru que creo puede ser hoy, aquí, un banderín de enganche: “Most things except agriculture can wait”.. Estamos gastando mucho tiempo, mucho dinero y muchas energías en cuestiones realmente baladíes mientras que nuestra agricultura, y con ella nuestros agricultores, está corriendo el riesgo de desaparecer. La agricultura no puede esperar. Y a su desarrollo, sin perder un minuto, debemos dedicar nuestros mejores esfuerzos para hacer realidad una agricultura europea fuerte, competitiva, respetuosa con el medio ambiente, que asegure el suministro de productos saludables y que sea capaz de retribuir dignamente a los que a ella se dediquen.

Muchas gracias por su atención.

Córdoba, 1 de diciembre de 2005