03 diciembre 2007

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EL REPARTO DE PODER DE LA NUEVA EUROPA

Escrito por
LOYOLA DE PALACIO, publicado en El Mundo el 13 de diciembre de 2000

Acuerdo modesto pero decisivo


La aprobación de los diversos textos destinados a componer el futuro Tratado de Niza debía cerrar los aplazamientos y retrasos que sus dos antecesores -Maastricht y Amsterdam- habían sido incapaces de rematar definitivamente, al dejar flotar tras sus firmas ese triste rastro que en el argot comunitario se venían llamando residuos a pesar de su trascendencia y que suponían un impedimento a la ampliación a los países del Centro y Este de Europa.

Niza debía liquidar los tres residuos -dimensiones de la Comisión, liquidación del derecho de veto para aplicar las mayorías cualificadas y ponderación de los votos atribuidos a cada Estado miembro-, las tres condiciones indispensables para ampliar la Europa de los Quince a la de los 27, 28 o 30 miembros. Ni el mismísimo doctor Pangloss sería capaz de decir que Niza, dotada de una varita mágica, resolvió todos los problemas con la solución ideal para acoger en unas instalaciones renovadas a los 12 o 15 candidatos, porque armonizar los intereses de una multitud de estados escapa a los milagros.

Ahora bien, la situación de Europa a finales del siglo y con 50 años de existencia no podía cerrarse con un fracaso absoluto, donde unos y otros hubiesen terminado por romper el diálogo en nombre de pretendidos derechos nacionales incompatibles con el del vecino, y fue disipada gracias a los vientos del sentido común.

Niza podía no ser un éxito redondo, pero era imposible que se convirtiese en un fracaso total. Sería triste confesión europea su incapacidad para acoger a los hermanos separados por la brutalidad del telón de acero y habría significado pura y simplemente la defunción del espíritu de Europa.

La fórmula era muy simple: si Niza no era un éxito tampoco podía ser un fracaso y, cuando algún maximalista dice que más vale no tener acuerdos si hay que aceptar un mal texto, habría que decirle que hay infinitos grados en lo que cada uno califique de mal o regular acuerdo, porque desde luego no hay ninguno peor que la ruptura.

El empinado camino de la Historia lo ha recorrido la Humanidad alternando tropezones y ágiles carreras, marchas triunfales y noches tristes y, tampoco vamos a pretender los europeos que todo salga a la perfección con tal de que el impulso de integración no se quiebre, aunque a veces las circunstancias nos obliguen a aceptar fórmulas de conveniencia que mantengan viva la voluntad de cohesión entre todos los que habitamos este Continente.

En Niza se ha cumplido el primer objetivo que era la continuación de la construcción común, con las suficientes garantías para abrirles las puertas a los candidatos. Es cierto que los famosos residuos sólo han sido parcialmente liquidados esta vez y Niza repite el truco del aplazamiento.

Es natural que la incapacidad para resolver las dimensiones de la nueva Comisión, donde entrará un comisario por cada país ingresado o el mantenimiento del veto, puedan considerarse huecos, pero por encima de todo, lo importante es que Niza salva la amenaza nada irreal de una posible ruptura y, aunque falten muchas cosas, se ha terminado por salvar lo esencial que es la continuidad de la construcción europea.

El Tratado de Niza es un tratado de mínimos, pero era decisivo para que permitiese que Europa siguiese su camino. Un poco más de modestia, algo más de generosidad y preservar intacta la esperanza nos permitirá alcanzar esa Europa unida que, como todas las grandes ambiciones son resultado de un largo esfuerzo, ya que no las regala la providencia.

Loyola de Palacio es vicepresidenta de la Comisión Europea.