18 septiembre 2006

Loyola en Bruselas

Por ALBERTO SOTILLLO
La conocí en Bruselas, cuando era vicepresidenta de la Comisión Europea y comisaria de Energía y Transportes. Y donde sorprendió a muchos con su perfecta adaptación a los modos sutiles e ilustrados de las instituciones europeas. Fue modélicamente progresista sin dejar de ser conservadora. Y conste que esto no es un panegírico, sino el recuerdo de lo evidente. La verdad es que en Bruselas, donde no hay ninguna obligación de practicar el cainismo, nuestros representantes nunca llegaron a perder el sentido de la dignidad. Solana, Marín, Oreja, Matutes, Solbes o José María Gil Robles, entre otros, han estado a la altura. La diferencia es que Loyola es más progresista que todos ellos. Desde luego, bastante más que Solana, Marín o Solbes, aunque éstos no lo crean.
Pidió una revolución en la política de transportes europea desde la conciencia de que, por el actual camino, estamos abocados al atasco terminal en las carreteras. Y en consecuencia, abogó a favor del ferrocarril frente al automóvil, reconoció que en las autopistas hay unos «costes internos» que hay que asumir, tuvo el valor de afirmar que las autopistas deben ser de peaje y, en todo caso, invertir el dinero recaudado en promocionar el tren. Vamos, que ni el menor asomo de populismo. A veces escandalizó a su propio gobierno, que no podía asumir una estrategia acertada, pero difícil de explicar y con peligro de ser muy poco rentable en las urnas. Se peleó con los militares para que éstos cediesen para uso civil parte de su inmenso espacio aéreo reservado. Y no cedió ni un milímetro frente a Estados Unidos cuando éste presionó para que Europa renunciase a su sistema de navegación por satélite «Galileo». No es que tuviera nada contra el amigo americano. Todo lo contrario. Pero su deber era defender el interés de los europeos.
Batalladora sí que es. Con la particularidad, además, de que, si se mete en guerras, es para ganarlas.
Valga su ejemplo como demostración de que no tiene por qué estar reñida la derecha con la ilustración, ni ésta con la pugnacidad. Todo un ejemplo quizás para estos tiempos, en los que tanto se habla de crisis de identidad.
FuenteABC