04 septiembre 2006

Loyola de Palacio
Isabel Durán
Tiene una afición al trabajo y tal vocación por la eficacia que no puede cortárselas un tumor, por grave, por miserable que sea. Lo mejor de Loyola está aún por ver.

Entre todas las malas noticias de este verano aciago ésta de Loyola de Palacio es de las peores. Loyola, esa es la esperanza, representa una fuerza de la Naturaleza. En realidad todas las hermanas de Palacio lo son. Ana, ex-ministra también, ya ha superado el mismo mal que ahora parece afectar a su hermana. Ana, cuando recuerda la tremenda peripecia, suele decir: "El cáncer o te da vida o te la quita".
A ella se la ha dado; a Loyola debe dársela también. La que fue vicepresidenta de Europa hasta hace un par de años se envalentona con los riesgos y se crece, como los grandes toreros, cuando se la embiste. Tiene una afición al trabajo y tal vocación por la eficacia que no puede cortárselas un tumor, por grave, por miserable que sea. Lo mejor de Loyola está aún por ver.
Nunca ha pasado desapercibida; en Agricultura consiguió para España los mejores réditos en ayudas y subvenciones que se puedan recordar. Seguramente los recordará hasta Fernando Moraleda, líder entonces de la socialista COAG, que se propuso hacerle el cargo imposible en el Ministerio. Naturalmente no lo logró: de Palacio era mucho ministro para tan pequeño agitador. Después, en Europa, se envalentonó, y con una gestión que impidió el sueño burocrático de los pesadísimos funcionarios de Bruselas, ordenó el imposible sector de las Comunicaciones. "Ni una broma con ella", solía decir su jefe Romano Prodi.
Por esa y otras victorias personales, Loyola de Palacio, hoy de revista en Houston, tiene buenas posibilidades de ganar en el más duro episodio de su vida. El cáncer, como tantas otras veces, no le ha avisado a una de las políticas más recias de España. O no le ha avisado o ella se ha resistido a reconocer sus síntomas, que para el caso igual da. Conociéndola es muy probable la segunda posibilidad. No es Loyola de Palacio dada a permitir debilidades, por eso puede confiarse en su probada capacidad de superación. En todo caso, y para terminar con la pedestre necesidad, el Partido Popular no está sobrado de personas lúcidas como para permitirse el lujo de una ausencia imprevisible. Su retiro, que seguro será eventual, va a notarse.

Isabel Durán
Fuente: Libertad Digital
http://www.libertaddigital.com/opiniones/opi_desa_33142.html