UNA MIRADA HUERA ESCONDE UN CEREBRO DESAMUEBLADO
(sobre Rodríguez Zapatero) – artículo de Ismael Medina.
Un viejo amigo dice de Rodríguez que es un “zombi”. Alfonso Guerra le puso el mote avieso de “Bambi”. Luego se ha pretendido edulcorar al apuñalamiento retórico de Guerra aduciendo que bajo esa piel amable se oculta un león. Digo yo que será por la provincia de la ha sido perenne y silencioso diputado. O un león doméstico con las garras limadas y la melena pasada por la peluquería de los niños pijos, al que no gusta pasar la noche fuera del confortable cobijo moncloaca. Un león de peluche.
Loyola de Palacio dijo noches atrás de Rodríguez, en una de las ficciones de debate de TVE, que no le gustaba su mirada. Hasta que Loyola lo dijo no había reparado en esa mirada asomada por encima de una sonrisa impenitente que se come y caricaturiza todo el rostro. Las mujeres han demostrado siempre muy superior intuición que los varones. El cerebro lo tienen mejor pertrechado para el phatos que para el logos. Los judíos de Israel, a los que vivir en permanente tensión les hace despreciar los manoseados tópicos en que por aquí nos enredamos, tienen a las chicas tres años en el Tsahal, igual que a los chicos. Pero no las integran en unidades de combate (así era al menos cuando anduve por allí como corresponsal de guerra) sino que las destinan a las funciones militares en que importan sobre todo la intuición y el instinto. El alcanzar a ver o entrever lo que a nosotros escapa. Ahora que Loyola de Palacio me ha puesto sobre aviso caigo en la cuenta de que los ojos de Rodríguez carecen de ese brillo acerado y penetrante que advierte sobre la entidad de un personaje seguro de sí mismo, al que casi nada escapa y frente al que no caben distracciones. La suya es una mirada blanda, inerte y huida hacia sus nebulosos adentros. La de un personaje convertido por cosas del destino en el pensamiento y la voz de otros. Un político al dictado del que puede decirse con muy superior énfasis lo que hace muchos años escuché a Sánchez Bella de Joaquín Ruiz Jiménez, al que promocionó como ministro cuando Franco consideró que los derroteros de la política internacional exigían para su gobierno un mayor teñido democristiano: “Hace suyos los criterios del último con quien habla”.
Lo más inquietante de Rodríguez no es que sea incapaz de pensar por sí mismo, hasta el punto de convertir en principio de política de Estado las opiniones infantiles de sus hijas y lo proclame a los cuatro vientos. Lo es mucho más que lo sea para medir las consecuencias que para España se derivan de sus continuas cesiones y patochadas.