01 febrero 2010

la primera española que ocupó el cargo de ministra de Agricultura, Pesca y Alimentación

Ignacia de Loyola de Palacio y del Valle Lersundi, la primera española que ocupó el cargo de ministra de Agricultura, Pesca y Alimentación y que fue designada vicepresidenta de la UE, fue la principal impulsora del proyecto, que creará más de 150.000 empleos de alta cualificación. Sólo gracias a su obstinación, este proyecto fundamental para nuestro futuro pudo salir adelante, tras convencer en Bruselas al Consejo de Ministros del ramo... y eso en una Europa a 15, que en la actual, con 27 estados miembros vendidos a los más variados intereses, ni su titánica capacidad de brega ni su inextnguible determinación lo hubiera hecho posible.


Más de un año de debates sin fruto, ante la indiferencia de unas potencias europeas que se resistían a invertir tanto capital en un proyecto de investigación.... y siempre Loyola batallando por sacar el proyecto adelante, hasta que el Consejo dio su mano a torcer definitivamente en una cumbre celebrada en Barcelona.


Sin embargo, este carácter combativo frente a las adversidades de la española, auténtica marca de la casa y que quizá se deba al nombre con el que salió de la pila bautismal, ya se había manifestado durante su etapa como ministra, en aquellos memorables duelos dialécticos, dignos de la épica homérica, con quien habría de ser posteriormente su compañero en las lides europeas, el comisario austríaco Franz Fischler. Un tipo simpático y bon vivant, amante de las explotaciones agrícolas y del campo que, en su condición de Comisario de Agricultura, se vio forzado a defender los intereses de las explotaciones agrarias centroeuropeas frente a las mediterráneas, y especialmente las españolas, a costa de productos tan nuestros como las frutas y hortalizas, el tabaco, los plátanos canarios o el arroz, en esa encarnizada lucha que cada año se repite por recibir el mejor porcentaje posible de fondos agropecuarios de la UE. Acostumbrado a los pasteleos y elegantes cambalaches propios de la alta política comunitaria, al bueno de Fischler, que en el fondo era un tirolés enamorado de España, de su gastronomía y de cómo conciben la vida sus gentes, le sorprendió muchísimo el brío y la rocosa constancia con que Loyola defendía los intereses de los agricultores, pescadores y ganaderos españoles.
La antagónicas posturas estaban enfrentadas a muerte, básicamente porque mientras el comisario ofrecía una cuota máxima de producción de 225.000 toneladas de leche al sector lácteo español, el gobierno de Aznar pedía llegar hasta el millón.


Peor si cabe era el estropicio previsto para el aceite por nuestros socios europeos, que desembocó en un enfrentamiento de lo más reñido con motivo de las inasumibles reducciones que Bruselas quería imponer al sector olivarero español en cuanto a las cuotas de producción de aceite (el mismo que el comisario utilizaba en casa para cocinar), de la que nuestro país es líder mundial con el 40% de una producción que ronda los 2'5 millones de toneladas en todo el planeta. Las nuevas cifras sólo otorgaban subvenciones a 600.000 de las 950.000 toneladas que generaban entonces nuestros olivos, lo que suponía una brutal reducción del 35% del total. Además, se prohibía a España producir más del 40% del total de ese millón y medio de toneladas establecido como tope de la Unión, para favorecer a los olivareros de Italia y Grecia -países que aprobaron la medida encantados- que se repartirían las toneladas detraídas a los españoles (la cuota en ese 1997 era de un 52% para España, 24% para Italia y 22% para Grecia, y lo previsto era fijarla en un 40%, 32% y 25%, respectivamente), que, una vez más, se quedaban solos, salvo por un tibio apoyo de Austria y Bélgica, y con el culo al aire frente a los arbitrios dictaminados desde las instituciones comunitarias...


Con la infausta y humillante Guerra del Fletán http://www.lavozdegalicia.es/hemeroteca/2005/03/12/3542428.shtml -una derrota en toda regla pese a contar con todas las razones legales y jurídicas de nuestra parte- aún fresca en el recuerdo de todos los españoles, De Palacio no se achantó ante la monolítica postura del impasible Fischler, que incluso visitó los olivares españoles invitado por la ministra, quien porfiaba y porfiaba en favor de los suyos con una cabezonería digna de los cantares de gesta, ganándose el afecto y la admiración de todo un país. La ministra propuso aumentar la cuota europea hasta 1'8 millones de toneladas, y demostró mucha flexibilidad al proponer una cuota mínima para España de algo más de 750.000 toneladas a las que se sumaría la subvención a 32.000 toneladas de aceituna de mesa. Radicalmente en contra, Francia y Alemania, hartos de subvencionar los productos de los países del Sur, y 'nuestros amigos' de Italia y Grecia, prestos a sacar tajada. Ante el cariz tan tétrico que tomaba la situación, Loyola de Palacio acusó a las autoridades comunitarias de discriminar de manera inimaginable a España, pero no tiró la toalla y continuó batallando, mientras se hacía acreedora a la admiración de sus compatriotas, por encima de las siglas políticas, pues su lucha interesaba tanto a andaluces como catalanes o gallegos, aunque la clarividente oposición socialista acusara a la titular de Agricultura de esgrimir un 'nacionalismo rancio y caduco' para justificar la postura española.

Tan mala no sería cuando De Palacio logró sumar a las reivindicaciones españolas a la propia Grecia, y contar con el total respaldo de todas las organizaciones agrarias implicadas, lo que las hasta que finalmente pudo salirse con la suya frente a un abrumado Fischler, al que no le quedó más remedio que claudicar ante la corajuda defensa orquestada por la contumaz Loyola y aprobar una cuota para España de 760.000 toneladas, totalmente inalcanzable y utópica cuando empezaron las arduas negociaciones, y una victoria, si no absoluta, sí muy importante en cuanto a forma y fondo, de las tesis defendidas por Loyola.


No es de extrañar que, apenas un año después, encabezara las listas de su partido en las elecciones europeas, que ganó con un importante respaldo, seguramente como merecida recompensa por parte de la ciudadanía española por el trabajo bien hecho. Comenzaría así su brillante etapa en la Comisión Europea, en la que compartiría tareas y una buena amistad con su némesis de antaño, Franz Fischler. Con la que está cayendo, resulta imposible no echar profundamente de menos entre nuestros gobernantes a personas tan válidas, admirables, valientes, rectas y ejemplares como Loyola de Palacio, de quien ese hito político, tecnológico e industrial para toda Europa que es Galileo, constituye su mejor herencia y el permanente testimonio de los muchos y buenos frutos que arrojan el trabajo bien hecho y el tesón frente a las dificultades, por insalvables que estas puedan parecer.

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