12 marzo 2009

Archivo:El salto a Europa de Loyola de Palacio.


La ministra de Agricultura se perfila como comisaria en Bruselas

Diario Época:

Ha sido la apuesta más fuerte. Aznar ha botado una de sus mejores naves. Al envite del PSOE con la candidatura de Rosa Díez, el partido en el Gobierno ha respondido con un órdago. Pero la designación, tras no pocas dudas, de Loyola de Palacio como cabeza de lista del PP al Parlamento Europeo, apunta a algo más que a un eficaz cartel electoral; apunta, por un lado, a una concienciada política popular sobre la Europa parlamentaria que nace el uno de mayo con la entrada en vigor del Tratado de Amsterdam. Y a la vez, la apuesta por Loyola de Palacio apunta inevitablemente a la Comisión. Si Prodi pide a los Gobiernos de los quince un relevo de todos los antiguos comisarios, Aznar podría entregar la cabeza de Marcelino Oreja y ella pondría su pica en el Flandes que fue el sillón de su íntimo enemigo Fischler. No ha sido el único acierto. En el plazo de unas horas, el presidente y su partido, que han tropezado durante semanas en la piedra del caso Piqué, han recuperado impulso. La investigación fiscal a los ex colaboradores de Borrell en Hacienda y sobre todo, la inteligente maniobra para apartar del Tribunal Supremo el llamado caso Zamora, dan fe de que el PP hoy cubre con buenos reflejos todos sus flancos. Es tiempo electoral.

La hora exacta fue la que medió entre las siete menos veinte y las siete de la tarde del miércoles 21 de abril. La ministra de Agricultura llegaba al Congreso con el tiempo justo. Sólo un cuarto de hora antes, a las seis y veinticinco, el AVE que la traía de Andalucía y de un encuentro crucial con el ministro marroquí de pesca, la había depositado en la estación madrileña de Atocha. Contaba con veinte minutos para preparar la contestación a las preguntas de la sesión de control, cuando cruzó la puerta de la zona de Gobierno y se encerró con Aznar. Para entonces, periodistas y diputados estaban ya ojo avizor, alertados por la certeza de que tanto Gerardo Galeote -el más mentado en los últimos díascomo Amalia Gómez -que se resistió, varias semanas antes, por su recelo a los aviones y su vocación andalucista-, se habían caído de la lista como cabezas de cartel a las europeas. Los propios dirigentes del PP confesaban no descartar una posible crisis de Gobierno. Sin embargo, nadie sabía nada. El propio Abel Matutes se atrevió a declarar ese día -hay quien dice que por encargo-, lo contrario. Más allá de Aznar, Arenas, García Escudero y el propio Galeote, sólo la interesada lo sabía, y no antes de ese momento. Pero ni uno sólo de sus colaboradores pudo apreciarlo. La ministra contestó a las preguntas de la sesión de control, y luego a la interpelación, hasta las once de la noche. Su agenda, días antes y después, estaba plagada de viajes y encuentros relacionados con su Departamento. Sus interlocutores, fuera de Madrid, aseguraban a esta revista que habían tratado de temas agrícolas a medio y largo plazo... Loyola de Palacio tuvo una noche para pensarlo. El jueves por la mañana, dio el sí.

En realidad, desde que el PSOE confirmó la renuncia de Felipe González a encabezar su lista al Parlamento Europeo, el nombre de Loyola de Palacio había perdido fuerza. Ese era un cartucho que Aznar, siempre en fuentes solventes, sólo se proponía quemar en caso de necesidad. Sin embargo, la elección de Rosa Díez por parte de Ferraz supuso para el PP un envite difícil de esquivar. Hubo en el partido quien creyó que una mujer como Luisa Fernanda Rudi, "la única ponente del Congreso del PP sin recolocar, hecha excepción de Zaplana", daría el juego esperado en unas elecciones como éstas en las que la preparación, la popularidad y el sexo -casi en orden inverso- resulta determinante. Sin embargo, la reedición de su candidatura a la alcaldía de Zaragoza, dió cuenta de un dato importante, y es que el partido de José María Aznar sigue considerando a las capitales de provincia estandartes irrenunciables, sobre todo en vísperas de unas elecciones generales, previstas, sólo en teoría, para dentro de un año, y cuya fecha posiblemente dependerá del resultado de las municipales, autonómicas y europeas del próximo 13 de junio.

En los cálculos del PP, la suerte de Teófila Martínez en Cádiz, Celia Villalobos en Málaga, Rita Barberá en Valencia, María San Gil en San Sebastián, o la propia Rudi en Zaragoza, es más importante, si cabe, que la de Zaplana en la comunidad autónoma valenciana, la de Juan José Lucas en Castilla-León, Pedro Sanz en La Rioja, Ramón Luis de Valcárcel en Murcia, Miguel Sanz (UPN) en Navarra, o Alberto Ruiz Gallardón en la comunidad de Madrid, por poner seis ejemplos de autonomías que Génova da por seguras, dando por algo menos fiables la de Aragón -por la incertidumbre del PAR- la de Baleares -a pesar de haber solventado el problema heredado de Cañellas-, o la de Cantabria; y por especialmente difíciles las de Canarias, Extremadura, Asturias y Castilla-la Mancha. Esta última parece expedita para el socialista José Bono. Los esfuerzos de Agustín Conde difícilmente cosecharán otros éxitos que los municipales. A diferencia de Juan Ignacio Barrero, Luis De Grandes se ha librado de lidiar ese toro autonómico, dado que su rodaje como presidente del grupo parlamentario popular le hace necesario a los ojos de Aznar en este final de legislatura, previsiblemente nutrido de conflictos y consiguientes reencuentros con los socios nacionalistas.

La importancia de las municipales

Y hablando de ciudades, que, es lo importante, tanto en fuentes del PP como del PSOE, en el partido de José María Aznar se da por segura la revalidación de la alcaldía de Madrid -una de las que el PSOE contempla con más esperanza, de la mano de Fernando Morán- y se considera con aliento la conquista de Bilbao de la mano de su máximo antagonista en Madrid, el PSOE. Los populares aspiran a revalidar su implantación en las grandes capitales, que fueron las que invirtieron en las pasadas elecciones el signo de las mayorías, cuando el PSOE todavía ocupaba la Moncloa. Pero confiesan su preocupación por la pérdida de algunas capitales andaluzas, sobre todo Sevilla. Además, miran con singular alerta el resultado del grueso de ciudades intermedias, de entre 10.000 y 50.000 habitantes, donde el poder del alcalde como agente electoral es determinante de cara a las elecciones generales. Los cambios de candidato en algunos importantes ayuntamientos gallegos y asturianos también introducen incertidumbres en el PP y esperanzas en el PSOE. En fuentes socialistas, los sondeos de Demoscopia publicados la semana pasada han servido, a pesar de la ventaja que dan al partido de Aznar, para subrayar "la bajada de tres puntos del PP entre febrero y abril", y para advertir, en palabras de un europarlamentario, que "al igual que nosotros empezamos a perder el poder en el 86 a través de algunas grandes ciudades, que fueron las primeras en pasarnos la factura de la corrupción, ellos pueden ahora apreciar a través de los ayuntamientos de más de 50.000 habitantes, y también de las diputaciones, la factura de casos como el de Zamora. Los días de vino y rosas comienzan a pasarse, y además, sus socios nacionalistas pueden empezar a darles unos buenos sustos..."

El guiño de Aznar al caso Zamora

Una oportuna alusión, la del caso Zamora, que de alguna manera, ha influido en el momento de dar a conocer la candidatura de Loyola de Palacio a las elecciones europeas. Y es que si durante todo el día del pasado jueves, los populares se dedicaron a desmentir lo que durante una semana habían anunciado, y la interesada había aceptado esa misma mañana, esto es, que al día siguiente, viernes, se iba a dar a conocer el nombre de la cabeza de lista al Parlamento Europeo, sólo fue minutos después de la rueda de prensa del diputado Peñalosa y del senador del PP García Carnero, explicando sus respectivas renuncias al escaño, para declarar ante los jueces "como cualquier otro ciudadano", cuando el aparato de la calle Génova se decidió a lanzar la bomba de Loyola de Palacio. Fuentes populares de solvencia aseguran que el citado diputado había comentado a sus íntimos que no renunciaría a su escaño salvo que su presidente se lo pidiera "mirándole a los ojos". Nadie sabe si así lo hizo, pero todos adjudican a Aznar la autoridad de semejante gesto que, amén de laudatorio para la igualdad de los ajusticiables, denota una inteligencia política superior a la que demostraron en su día los dirigentes socialistas. Como se recordará, tanto los encausados de Filesa como los del caso Marey, confiaron su suerte penal a la benevolencia institucional del Tribunal Supremo. Los populares, en cambio, vista la experiencia próxima de los citados casos, y aunque sus ilustres afiliados no se encuentran todavía procesados en la citada causa -que según fuentes del Supremo, y en caso de probarse, se acercaría más a un caso de prevaricación que a un caso de cohecho, porque las donaciones particulares a un partido político no estaban penadas en aquel momento- han logrado dos objetivos: por un lado, aminorar el efecto político de este caso judicial, al hurtar su instrucción al Tribunal Supremo, y por otro lado, procurar para sus militantes una suerte judicial más relajada. Y es que el caso Zamora estaba, casualmente, en manos de magistrados que habían decidido las votaciones de la sentencia del caso Marey a favor de las condenas a Vera y Barrionuevo. Y en la mentalidad judicial, ello, en lugar de favorecer al PP, sitúa a éste, por el principio de equilibrio, en la peor de las situaciones. Aznar hoy, mucho menos que González en su día, tiene pocas posibilidades de ser salpicado por este caso, pero indudablemente, éstas son aún menores si, tal como confirman a esta revista fuentes del Supremo, la causa se ve en la Audiencia de Zamora. Sólo una prueba de peso contra el presidente u otro aforado, podría devolver la causa al alto tribunal.

El ciclón De Palacio, digna discípula de aquel otro ciclón político que fue, y aún lo es, Manuel Fraga, ha irrumpido pues, en la crónica política abarcándolo y cegándolo todo. Ella ocupa, por sí misma, toda la pantalla político-electoral. Las disquisiciones sobre si será Gerardo Galeote -número 22 en las pasadas elecciones y actual portavoz y valor en alza del grupo europarlamentario- o si será José María Gil Robles el número dos en la lista, han perdido cierto interés. Este último, caído en desgracia desde que su postura institucional en favor del Parlamento que todavía preside y de la dimisión de la Comisión que Aznar con tanto énfasis trabajó por mantener para defender los intereses españoles de la Agenda 2.000, luchó por el número uno de la lista hasta fechas bien cercanas.

Fuentes solventes aseguran, sin embargo, que el todavía presidente de la Asamblea de Estrasburgo se ha conformado con un puesto digno entre los cinco primeros puestos en los que, de nuevo, habrá otra mujer. Tampoco interesa sobremanera si el PP se reserva sorpresas más o menos folklóricas como la de un deportista como Butragueño. Más bien al contrario, se cree que el aparato de la calle Génova, una vez resuelto el problema principal de la cabecera de lista, repetirá en muy buena parte la lista de las elecciones pasadas, nutrida por "currantes" tan efectivos como discretos. Una previsión que pretende escapar de sacrificios como los que el PSOE ha hecho -tal vez en beneficio de un creciente número de mujeres, de hasta el 40 por ciento- en personas como Juan Colino, actual presidente de la Comisión de Agricultura del Parlamento Europeo, o Jesús Cabezón, secretario general de la dirección del propio grupo parlamentario socialista, si bien éste va como número tres en la lista regional por Cantabria. Será Aznar quien diga su última palabra a su vuelta de Washington, y será el próximo lunes cuando sus hombres den a conocer esa lista al completo, agotando -al menos eso dicen ahora- todos los plazos.

Lo que se juegan en Europa

Sin embargo, salvo sorpresas -como que el PSOE repitiera ahora la hazaña del PP en el 96, en que superó al partido de González en el gobierno por una diferencia de 28 a 22 diputados- las elecciones europeas no van a ser, a diferencia de las municipales, determinantes en la política interna española: ambos partidos van a mejorar discretamente posiciones, según los sondeos, y el PSOE lo hará a costa de Izquierda Unida. Van a ser, sí, y de ahí la importancia de la candidatura de la hasta ahora ministra de Agricultura, importantes para la nueva y reforzada Europa que surge en mayo, con la entrada en vigor del Tratado de Amsterdam -aprobado el dos de octubre de 1997- y en vísperas de una forzada renovación de la Comisión, cuyos comisarios habrán de someterse a audiciones (exámenes) individuales ante la Cámara Legislativa a lo largo del próximo verano. Una Cámara sobre la que a raiz del nuevo Tratado recae algo más del setenta y cinco por ciento de la legislación comunitaria, con nuevas atribuciones más allá de las de mero mercado. Las políticas de Justicia e Interior, por ejemplo, hasta ahora reservadas en lo esencial a los acuerdos por unanimidad del Consejo de Ministros, pasarán a ser codecididas por las mayorías parlamentarias de Estrasburgo. Los temas agrícolas, no sólo no aminorados sino engrandecidos por la entrada en la Unión de un país de economía eminentemente primaria como Polonia, tendrán en la Asamblea de la Unión, un plus de dedicación por parte de los ahora miembros de las listas. El excelente cartel de la socialista vasca Rosa Díez en el electorado español puede competir con el de la candidata popular, pero su conocimiento de la política europea pasada y por venir es muy inferior no sólo al de su ahora rival, sino al de sus compañeros de lista, pesos pesados como Carlos Westendorp, Manuel Medina, José María Mendiluce o Juan de Dios.

Loyola de Palacio tiene, como tuvo Javier Arenas al ser llamado por Aznar al olimpo del partido, la principal tarea hecha. Su papel como ministra de Agricultura, de aquí al final de la Legislatura, habría de ceñirse a la obtención de un todavía difícil acuerdo de pesca con Marruecos, y a la vigilancia de la puesta en marcha de la Agenda comunitaria aprobada con sus propios esfuerzos en Berlín. Como Manuel Pimentel en la cartera de Trabajo, cualquiera de sus directos colaboradores -se habla de Manuel Lamela- podría heredar el cargo para terminar esa tarea. Su papel en el Parlamento europeo resulta, pues, más prometedor. Pero no sólo por lo que pudiera hacer en la presidencia de una importante comisión -es menos probable que sea de nuevo un español quien presida la Cámara-, sino también por la posibilidad que se le abre como eventual comisaria europea. Precisamente en un momento en que el grupo "Nuestra Europa", liderado por el ex presidente Delors y europeos progresistas del perfil de Felipe González, entre otros, ha propiciado la idea de que los miembros de la Comisión pasen antes por las urnas -cosa que precisamente el grupo europarlamentario socialista ha hurtado al próximo presidente de la Comisión Romano Prodi para no perjudicar a D'Alema- la elección de Aznar en favor de De Palacio, vendría a sustraerles esa bandera. Loyola de Palacio podría convertirse en la primera comisaria europea -y del grupo popular, de centro derecha- que ha sido votada directamente por los ciudadanos.

El interrogante de la Comisión

El nuevo presidente tendrá más poder que sus antecesores para vetar a los candidatos propuestos por los respectivos gobiernos, y en el caso de que sea definitivo el equipo que conforme en julio, Prodi podría pedir la cabeza de todos los anteriores comisarios, aunque no se hayan visto salpicados por las denuncias de corrupción. Es el caso de Marcelino Oreja, con cuya continuidad el PP se muestra, de momento, públicamente comprometido. También se muestra el PP públicamente proclive a la figura de Perro Solbes, ex ministro de Economía con González, como sustituto de Manuel Marín. Pero tampoco sobre esta cuestión hay unanimidades en el PSOE. De momento, Loyola de Palacio es una buena apuesta electoral. Mañana, la nueva Europa dirá...