El PSOE nunca quiso la transición. Optó por una ruptura que fracasó políticamente porque los españoles la rechazaron sin miramientos, y acabó aceptando de mala gana la transición. Pero la experiencia del Partido Popular en el poder les ha llevado a recuperar el proyecto de la ruptura, que se manifiesta en el intento poco disimulado de enlazar la legitimidad institucional con la II República, saltándose el posterior desarrollo de nuestra historia, así como en el intento de expulsar al Partido Popular y lo que representa del ámbito plenamente legítimo de la política. En esta estrategia, ETA juega un importante papel. Escenificada en el Parlamento la división de la nación española en dos, ETA sirve de base para un nuevo pacto político, y gana a cambio los réditos del intento de disolución de la nación española. La transición es lo mejor que ha dado la política española en la segunda mitad del pasado siglo, y servía como marco imperfecto de una convivencia pacífica viable. La estrategia del Gobierno de Rodríguez Zapatero de sustituirla por un nuevo pacto político en que izquierda y derecha no tienen ya la misma legitimidad solo puede profundizar en la división entre los españoles.
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