24 mayo 2010

Loyola, pasión al servicio de Europa


En septiembre de 1999 Loyola de Palacio asumía sus funciones como vicepresidenta de la Comisión Europea. Romano Prodi le encomendó las carteras de Transporte, Energía y las relaciones con el Parlamento Europeo. Llegó a Bruselas precedida de una dudosa reputación para los estrictos cánones europeos, como defensora a ultranza de los intereses españoles. No en vano, como ministra de Agricultura, había librado con éxito una tremenda batalla frente a la Comisión para que se reconociera en la normativa europea la especificidad de los cultivos españoles y en particular del aceite de oliva. Se ganó el respeto del comisario Fischler, que fue uno de sus mejores amigos y aliados políticos en la Comisión Prodi.

Desde el primer momento hizo notar su presencia en la Comisión. Política de raza, valiente y apasionada, unía a estas formidables cualidades personales una infatigable capacidad de trabajo, y una visión extraordinariamente clara y certera en todos los temas, por encima de los tecnicismos. Siempre sabía lo que quería, y ponía todas sus energías para conseguirlo no dudando en enfrentarse a quien fuera necesario si estaba convencida de sus puntos de vista. Creía en una Europa de realizaciones concretas al servicio de los ciudadanos por encima de construcciones teóricas institucionales. Buena prueba de ello fue la Carta de los Derechos de los pasajeros que hoy encontramos en todos los aeropuertos y que diseñó personalmente.

Los transportes y la energía eran para ella las arterias para que la economía europea funcionara de manera competitiva. Por eso era tan importante avanzar a nivel europeo. En condiciones nada fáciles, puso en marcha un monumental acervo legislativo en el campo de la energía que incluye la liberalización de los mercados del gas y de la electricidad; el lanzamiento del diálogo energético con Rusia; las primeras directivas europeas en la historia sobre las energías renovables; un gran número de medidas de eficiencia energética; el desarrollo de las Redes transeuropeas, en el que trabajó hasta el final como coordinadora del enlace Lyon-Turín; colocó sobre la mesa el debate sobre la energía nuclear y todo ello sin que en el Tratado existan reglas específicas para una política energética europea, porque como ella solía decir «si hay un problema a nivel europeo entonces la voluntad política exige actuar».

En lo que a los transportes se refiere, apoyándose en la eficacia de su director general François Lamoureux, su balance fue igualmente arrollador: el programa Galileo, que logró aprobar por los jefes de Estado y de gobierno en el Consejo Europeo de Barcelona, es una apuesta estratégica de Europa para defender su autonomía tecnológica. Igualmente, consiguió diseñar una arquitectura europea en el control del tráfico aéreo para acabar con los retrasos a través de la iniciativa del cielo único. Su obsesión por reforzar la seguridad se plasmó en la creación de las agencias europeas de seguridad aérea, marítima y ferroviaria y los paquetes de medidas urgentes en el sector marítimo tras las catástrofes del Erika y del Prestige. Todos ellos son hitos históricos en este sector que tienen en Loyola de Palacio a su principal impulsora.

Al mismo tiempo, consiguió restablecer la confianza entre el Parlamento europeo y la Comisión, con la complicidad de su hermana Ana, en un contexto dificilísimo tras la crisis de la Comisión Santer. Contribuyó a reforzar la confianza y el diálogo entre ambas instituciones a través de un acuerdo institucional que negoció personalmente hasta el último detalle.

Loyola de Palacio se empleó a fondo en todas estas iniciativas, tuvo tiempo además de estar muy presente en todos estos años en la política española y en particular en el País Vasco al lado de sus compañeros en los momentos más difíciles de acoso terrorista.

Quienes tuvimos la suerte de trabajar estrechamente con ella durante estos años nunca olvidaremos sus extraordinarias cualidades humanas. Loyola amaba la vida y disfrutaba intensamente de cada momento, le gustaba trabajar en equipo y compartir con su Gabinete los buenos momentos tras las durísimas jornadas de trabajo. Alrededor de las paellas que cocinaba personalmente y al compás de una guitarra nos sentíamos más que un equipo, una verdadera familia.

Loyola de Palacio vivió con pasión la política y la vida y, sobre todo, se entregó por entero al servicio de España y de Europa. Le gustaba decir que la única batalla perdida es aquella que no se libra. Valiente hasta el final, se enfrentó a su terrible enfermedad con una entereza extraordinaria. Fue un ejemplo para todos hasta el último momento.

Descanse en paz.



Daniel Calleja Crespo fue jefe de gabinete de Loyola de Palacio en la Comisión Europea

publicado en La Verdad -enlace-