A raíz de unas declaraciones adanistas -con regusto sectario de añadidura- proferidas por la portavoz del gobierno, repicadas por el presidente Sánchez, el deber de memoria reclama dedicar este Equipaje de mano a recapitular lo que fue la andadura deLoyola de Palacio en Bruselas.
Siguiendo la dicotomía que acuñó y gustaba repetir a Jean Monnet, el cometido público divide a las personas entre quienes "ocupan" el puesto y quienes plenamente lo ejercen. Él lo decía de manera gráfica: de una parte, los uncidos a la "importancia", quienes aspiran meramente a "ser"; y de otra, quienes, desde el compromiso, la visión y la tenacidad, lo asumen como obligación de contribuir al interés común, al beneficio de los ciudadanos. Los primeros necesitan flexibilidad: acomodarse es la prioridad. Por ello, si es preciso, mudan -tan frescos-; no dudan en orillar aquellos aspectos de su bagaje programático que se ajustan mal a lo que entienden "demanda el cargo". Los segundos tienen por bandera vital la coherencia: sin menoscabo de la evolución ligada a la experiencia, evitarán la fuente ponzoñosa del "donde dije digo, digo Diego". De éstos, Monnet subrayaba que querían "hacer"; y entre ellos, contaba a los verdaderos heraldos del cambio.
Loyola de Palacio encarnó, como pocos, esta segunda categoría. Feminista de fondo, por biografía y circunstancias, nunca se consideró cuota (ni Aznar la nombró por este imperativo). Respaldó en su carrera a cuanta mujer de valía le salió al encuentro (hubo un buen número), ayudándoles a ganar horizonte y autoestima. Así, su posición dentro de la Comisión, donde ostentaba una de las dos vicepresidencias del diseño -la inflación de títulos vendrá con Colegios posteriores-, revestía los máximos atributos formales del organigrama que presidía Romano Prodi. Desde el punto de vista material o de competencias, éste le delegó plena jurisdicción en tres ámbitos que concentraban inmediatos retos de futuro que siguen siéndolo: transporte, energía y relaciones institucionales (quedando a su impulso un área que, con la cesarista Ursula von der Leyen, corresponde a tres comisarios -al menos-).
Los equipos adscritos a las direcciones generales bajo su mando calibraron muy pronto su carácter. Hicieron suyo el potencial de su lema -"la única batalla que seguro se pierde es la que no se da"-, alumbrando junto a ella y un gabinete excelente y compacto, una plétora de propuestas rompedoras, cimientos de políticas que, implementadas o en desarrollo, son hoy meollo de afanes compartidos. Además de su labor con el Parlamento Europeo (PE), fomentó las redes paneuropeas de transportes y de energía, abriendo las puertas a la integración de estas infraestructuras esenciales desde un planteamiento que incluía la vertebración del territorio en su entorno geográfico euroasiático o mediterráneo.
La mayor crisis institucional impregnaba la atmósfera cuando la toma de posesión de la Comisión Prodi: pocos meses antes, el PE había forzado la dimisión en bloque de su predecesora patroneada por Jacques Santer. La tarea con que se estrenó Loyola de Palacio fue, pues, restañar la relación y delimitar un esquema de cooperación entre las dos entidades. El envite culminó con el acuerdo marco fundante de una nueva etapa de control democrático operativo dentro del equilibrio de poderes previsto por los Tratados.
Transporte, durante esos cinco años, incorporó más de la mitad del acervo comunitario vigente. Con hitos memorables. En seguridad marítima, merece calificativo de revolucionario el refuerzo, tras las catástrofes del Erika y del Prestige, de la supervisión de buques y sociedades de clasificación. Que remató en la UE y, después, multilateralmente -con alcance global- exigiendo doble casco para el transporte de petróleo. La Agencia Europea de Seguridad Marítima constituye el broche de estos emprendimientos.
En el mismo área, sobresalen las acciones a favor de la seguridad aérea; en concreto, la creación de la Agencia Europea de Seguridad Aérea (EASA, por sus siglas en inglés) que certifica las aeronaves en la UE, y la elaboración del directorio de compañías prohibidas en nuestro territorio por no respetar las exigencias de seguridad aérea. Con su empuje se adoptó, asimismo, el primer reglamento para luchar contra el terrorismo en el transporte aéreo con nuevas normas comunes e inspecciones de vigilancia en todos los aeropuertos. Sin olvidar el lanzamiento del Cielo Único Europeo con el fin de mejorar el control del tráfico aéreo; el establecimiento de los derechos de los pasajeros aéreos -o la lucha para combatir el "overbooking"- que cambiaron prácticas inaceptables.
Valorando el esfuerzo que le supuso y su trascendencia geopolítica, cumple destacar particularmente Galileo, que ha dotado a la UE de un sistema propio de navegación por satélite. Sobre la puesta en práctica de una ambiciosa iniciativa de innovación tecnológica, Galileo representa un exitoso ejemplo de autonomía estratégica (finiquitó nuestra dependencia total anterior del GPS americano).
En Energía, su propósito fue formar una auténtica Unión en esta materia (que sigue siendo lacerante asignatura pendiente), con la prioridad de asegurar el abastecimiento de la UE. El Libro Verde de 2000 definió las líneas estratégicas que arman las normas vigentes, vitales para superar los desafíos que han puntuado las últimas dos décadas. Trabajó con denuedo en pos de un mercado único de electricidad y gas que contase con las interconexiones indispensables para un funcionamiento optimizado en una Unión más cohesionada. Logró la adopción de la pionera directiva de fomento y desarrollo de las energías renovables con metas cuantificadas por Estado miembro; así como la primera legislación sobre la eficiencia energética que pavimentó el camino de un consumo sostenible, en línea con los objetivos climáticos.
Los golpes bajos políticos que hubo de encarar, sin perjuicio del dolor, los solía despejar con un filosófico: "No le dediquemos ni un pensamiento; ya le(s) llegará su San Martín". Esta etapa profesional se inicia con el montaje del "fraude del lino" -supuesta obtención por medios ilegales de subvenciones comunitarias a este cultivo (prendió en Toledo)-. Se predicaba su implicación por encabezar el Ministerio de Agricultura (pese a que el control de estos expedientes recaía en las Comunidades Autónomas). El artificial "escándalo" ocupó mucho espacio mediático durante la campaña a las elecciones europeas de 1999, en las que encabezaba la lista del PP. Y le hizo la vida vinagre en su audición en el PE.
Porque quería ver esta cuestión zanjada con luz y taquígrafos, interpuso una denuncia ante la Audiencia Nacional. La instrucción de la causa correspondió al entonces juez Baltasar Garzón, quien se demoraría cerca de un lustro. Ya fallecida, la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional dictó sentencia, que fue confirmada por el Tribunal Supremo: no existió tal fraude. Colofón de mezquindades, la delegación española del Partido Socialista Europeo capitaneó la oposición en la Cámara a que unas becas llevaran su nombre.
Este es -muy resumido- el desempeño de Loyola de Palacio en su singladura bruselense con mínima caladura de las miserias políticas arrojadas a su paso. El impacto de esas realizaciones está hoy plenamente vigente. Perfiló el contexto y tono del diálogo con el PE; mientras en Energía y Transportes, estructuró fundamentos concretos de integración y seguridad, con atención expresa a nuestro vecindario regional.

Loyola entró en política por Europa. La foto en blanco y negro recuerda el invierno del 74. La televisión francesa organizó un debate sobre la España post Franco -Demain l'Espagne-. La jovencísima ex alumna del Liceo Francés de Madrid, en su primer plató internacional, lo dijo claro: batallaría por España. Por España en Europa.
Memoria. Deber y ejercicio de memoria. El reconocimiento es dimensión de humanidad. Individual y colectiva.
Ana Palacio