Jueves, 11 de mayo de 2000 |
En aquellos momentos, Robert Schuman no cumplía un acontecimiento rutinario de los usos diplomáticos vigentes hasta entonces, porque su propuesta saltaba la barrera infranqueable de los acuerdos bilaterales entre naciones -donde nadie renunciaba a determinados abandonos de soberanía- para implantar una institución superior capaz de regular las dos industrias francoalemanas de armamentos. Esta nacía con vocación de «realizar las primeras bases concretas de una Federación Europea indispensable para la preservación de la paz».
Se obtenía una cláusula de paz, en primer lugar, cuando todavía el rescoldo de la II Guerra Mundial alumbraba bajo las ruinas de las ciudades destruidas seis años antes, pero además, se proponían, por encima de las fronteras, acuerdos plurinacionales, aceptados por los representantes parlamentarios de todos los países, dispuestos a delegar parcelas de su propia soberanía en una organización común, con atribuciones para lanzar directivas que debían ser aprobadas por las naciones participantes en el conjunto.
Desde entonces, Europa ha crecido como identidad superior gracias a la buena voluntad de los estados que firmaron los Tratados de Roma, de Maastricht y de Amsterdam, además del Acta Unica, etapas todas ellas convergentes, para asociarse en una figura sin precedentes dentro del Derecho político, a la que hoy todavía no se le ha encontrado etiqueta jurídica de entendimiento universal. La anterior Conferencia Intergubernamental, con gran modestia, habló de una Europa sui generis y, todavía esperamos los europeos que esta formidable masa de recursos y culturas llamada Europa encuentre en el diccionario político su propia autodefinición.
El original camino abierto en la Declaración del 9 de mayo de 1950 encierra un método de trabajo, que posiblemente sea su más precioso legado, y que debemos recordar cuando Europa se encuentra en un momento crítico ante el fenomenal acontecimiento de la gran ampliación pendiente.
Hace 50 años Robert Schuman decía lo siguiente: «Europa no se realizará de golpe, ni tampoco como una construcción conjunta. Europa se hará por realizaciones concretas, destinadas en primer lugar a una solidaridad de hecho». Era la táctica del paso a paso, la que nos enseñó Robert Schuman para sostener de manera simultánea el crecimiento de la solidaridad y, a la vez, frenar las imprudencias que algunos impacientes, tan llenos de buena voluntad como de escaso sentido, pretendían cambiar con tácticas de aceleración.
Es seguro que la Unión Europea tendrá que reformar las reglas que han servido para reagrupar los seis países del Tratado de Roma en los 15 actuales, y ahora debe afrontar de nuevo las tres grandes cuestiones, llamadas con razón «los residuos de Amsterdam», para poder encajar en el marco institucional a los nuevos países, todavía hoy candidatos, pero destinados a terminar con un sillón en el Consejo de Ministros de la Unión Europea.
Sobre esta cuestión no caben ambigüedades ni trapisondas, porque todos ellos tienen la voluntad de unirse a sus hermanos que se libraron del dominio soviético y han alcanzado una espléndida prosperidad.
Puesto que todos estamos de acuerdo en abrir la actual Unión Europea a nuevos miembros, me parece indispensable recordar, cuando se cumplen 50 años de la Declaración de Robert Schuman, que la construcción europea debe realizarse con prudencia, con un cuidadoso ritmo de la marcha paso a paso, porque haríamos un flaco favor a los nuevos miembros adheridos, por un lado, y a la total organización del actual Grupo de los Quince, si impusiéramos la precipitación en los procesos de adhesión.
La Europa al borde del siglo XXI no es la Europa de la posguerra mundial y, por lo tanto, nuestros problemas futuros son diferentes a los que Robert Schuman soportó cuando hizo su propuesta hace 50 años.
Es cierto que las diferencias políticas son enormes entre 1950 y el año 2000 y que ahora serán más fáciles ciertas cosas que entonces eran terribles, ya que en nuestro tiempo no son los problemas de la paz y de la guerra entre sus países miembros los que tratará de remediar la Unión Europea del siglo XXI, sino el ajuste leal entre los Quince y las conversaciones con la larga lista de aspirantes a ser socios del club.
Es otro orden de dificultades el que nos aguarda... a partir del 2002, pero personalmente no creo que sean insuperables, ni que puedan desembocar en el fracaso. Cuando Robert Schuman hizo su propuesta de unión entre las industrias del carbón y del acero de Francia y Alemania fue calificado por determinados políticos franceses como el conductor de un «complot legal». Medio siglo más tarde los que acusaban a Schuman sólo podrían pedir perdón por tanta ceguera y tanto odio.
A nuestra generación le queda protagonizar la segunda parte del proceso y, esperamos haber aprendido las lecciones de Robert Schuman. Europa sabe que puede hacerlo a la sombra de unas banderas que pregonan como lema europeo la «unidad en la diversidad». Así queremos ser, unidos y diversos.
Loyola de Palacio es vicepresidenta de la Comisión Europea.