14 septiembre 2007

Escrito por un amigo desde Murcia: Adiós, Loyola, agur


Adiós, Loyola, agur

Dicen que ha sido la única batalla que ella, Loyola de Palacio, no ha conseguido vencer: la del maldito cangrejo que prendió en sus entrañas y la ha muerto en cuatro meses mal contados. Me llegó su correo el 29 de agosto, con un mensaje escueto, categórico, firme pero cariñoso: "Tengo cáncer. Me voy a Houston. Besos".

Desde entonces, su "guardia pretoriana", los que trabajaron con ella en el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación o en la Comisión Europea, ha vivido pendiente del móvil, pasándose SMS con las últimas novedades: "Loyola en Washington, comiendo lentejas", "Loyola sigue mejorando"; fiados todos a la fuerza, la combatividad, las ganas de vivir, la tozudez también, por qué no, de "la jefa".

Así parecía ir todo. Me permito incluir aquí la última foto que me llegó de Loyola, tomada precisamente en Washington. Una Loyola vital, sonriente, aparentemente saludable. Era la Loyola que esperaba el Partido Popular en su Convención de esta semana; en la que, sin embargo, no habían tenido la delicadeza de incluirla como ponente en los primeros programas.

Y es que, posiblemente, fuera la del Partido Popular, la de sus propios compañeros, la otra batalla que Loyola perdió, además de la del cáncer. Entregada al partido desde sus tiempos de seguidora de Manuel Fraga, toda su trayectoria ha estado jalonada de obediencia y lealtad a las siglas y a sus máximos representantes. Loyola no fue conspiradora, buscavidas, alevosa ni doble. Podría o no gustar su franqueza sarracena, su sinceridad furiosa, pero nadie podrá decir jamás que tramó algo a espaldas de nadie; menos aún en su provecho y beneficio.

Pero su popularidad como ministra de Agricultura ("vamos a poner este Ministerio de moda", me dijo; ¡¡y vaya si lo puso!!), sus mujercitas rurales coreando "Presidenta, presidenta" en Salamanca, delante del mismísimo Aznar, hizo que se la distanciara de la política que a ella le gustaba, la de paterase pueblos hasta el último rincón de España y estar en la tensión de la cotidianeidad, de la cercanía, el aquí y el ahora.

Creo que Europa fue, para Loyola, un exilio dorado al que, sin embargo, se entregó con la fuerza, las ganas, la ilusión y el interés que le ponía a todo. Y ahí queda su gestión como Comisaria, que ha merecido la valoración y el aplauso de toda la Unión Europea cuando ambas cosas sirven, que es cuando uno está vivo.

Loyola hubiera querido más proximidad con los problemas más cercanos a la gente. Lo eran ya los de la agricultura, la ganadería, la pesca y el desarrollo de los hombres y mujeres de nuestros campos, eso que se llama ahora el medio rural, donde dió y ganó batallas como las del aceite de oliva, o la peste porcina, o las ayudas europeas de la Agenda 2000 . Pero, puesta a elegir, Loyola se quedó siempre, creo yo, ayuna del plato que hubiera preferido: encabezar la lista del PP en unas elecciones autonómicas del País Vasco.

A lo mejor hubiera sido ella mejor opción en el momento en que, de acuerdo con el PSE más razonable de Nicolás Redondo Terreros, había posibilidad cierta y real de que una opción constitucionalista -tanto como vasca- ganara en Euzkadi. Pero Aznar puso a Mayor Oreja. Se equivocó. La tremenda popularidad a nivel nacional del bravo ministro de Interior, no se correspondía con la percepción en las Vascongadas. Allí no se podía presentar al sheriff como alcalde. Mayor Oreja generó rechazo en unos votantes vascos que, posiblemente y sobre todo en las zonas rurales y arrantzales, hubieran sido favorables a Loyola.
Es posible que la historia hubiera cambiado. Nunca lo sabremos. Me queda sólo la certeza de que la echaremos muchísimo de menos.

Iñigo de Garés